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El mito de “comprar colombiano”

Rafael Orduz
04 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

Por vías y motivos diferentes, está a la orden del día, en muchas latitudes del planeta, la consigna del nacionalismo productivo, es decir, la de la supuesta autosuficiencia en el abastecimiento de bienes y servicios.

Colombia no es la excepción. Desde que la tasa de cambio se devaluó hace unos pocos años y, ahora, por motivo de la pandemia y sus consecuencias en el empleo y la producción, han tomado vuelo, de nuevo, lemas como los de ´comprar nacional´, menor dependencia de las importaciones, apoyo a la industria y el agro nacionales, llaves para la reanimación económica.

Suenan atractivos. Sin embargo, salvo escenarios puntuales, son una ilusión.

En un mundo en el que la globalización de los mercados, la revolución tecnológica y el cambio climático han multiplicado el grado de interdependencia entre individuos, comunidades, empresas, instituciones y estados, los llamados a la autarquía son tan irreales como pretender “purificar” la raza europea y liberarla de influencias asiáticas y africanas.

Han sido políticos los nuevos adalides del “mi país primero”, particularnente en economías avanzadas. Con su MAGA (Hagamos grande a América de nuevo) Trump ha encontrado una veta de enorme rentablidad política, asociada al supremacismo blanco y la xenofobia que, pese a las barbaridades cotidianas que comete, le garantiza el 40% de apoyo incondicional. De ahí sólo basta echar una mirada a los que movieron, con éxito, el Brexit, a los partidos de extrema derecha europeos, franceses o alemanes, que quieren romper los acuerdos de la Unión Europea, determinantes en el éxito económico y social de posguerra. Los duros años posteriores a la crisis del 2008 encontraron el chivo expiatorio en los migrantes, fueran africanos, asiaticos o europeos de la periferia.

Atado a los nacionalismos va parejo el desmantelamiento de organismos y acuerdos multilaterales como la OMS, la decadencia de la OTAN y la ruptura de los compromisos climáticos.

Volviendo al tema productivo: la guerra comercial de los EEUU y otros países de occidente con China no redundará en procesos de autarquía. Como lo muestra el caso de Huawei, el primer productor de equipos de telecomunicaciones en el mundo, que aspiraba a quedarse con buena parte de los proyectos de redes de 5G en el Reino Unido; lo que habrá serán más compras a la sueca Ericsson, a Nokia y otros proveedores que venían siendo opacados por los chinos. No obstante, por tiempo incierto, buena parte de las piezas de los móviles que tenemos en nuestras manos, de muchas marcas, incluyendo el IPhone, se seguirán fabricando en China.

En cuanto a nosotros, basta echar una mirada a lo que importamos y exportamos. Somos dependientes, simplemente por sustracción de materia, de la importación de buena parte de la maquinaria y equipo que necesitamos (bienes de capital), así como de bienes intermedios. De ahí que entre los diez productos de mayor importación estén los vehículos, los equipos de telecomunicaciones, la maquinaria industrial, así como también materias primas petroquímicas. Las chanclas de plástico que producen industriales nacionales requieren de algunos materiales que se producen en el país, pero también de cierto tipo de alcoholes que deben ser importados. Producimos acero, sí, pero dependemos en gran medida de la importación de aceros especiales.

Quizás haya que analizar por qué los cereales y preparados de cereales, así como los hilados, tejidos y artículos confeccionados de fibras textiles tengan también puesto destacado dentro de las importaciones. Es probable que pueda haber producción nacional en tales casos.

En cuanto a las exportaciones, el cuento es viejo y sigue vigente: petróleo, hullas, café, bananas y oro son los cinco ítems que las encabezan.

La consigna debe ser, no tanto la de “compre nacional”, misión imposible, como la de embarcarnos en una economía del conocimiento que compita en los mercados mundiales con bienes y servicios intensivos en él.

Hemos perdido décadas en materia de investigación y desarrollo, preparación de recursos humanos para la ciencia y la tecnología, esquemas de apoyo a las empresas innovadoras como los fondos de capital de riesgo. Perdimos la carrera con los asiáticos, más pobres que Colombia hace 50 años y hoy exportadores de tecnología.

Cualquier proyecto que se emprenda en favor de un país innovador debe ser pensado a largo plazo y pasa, por obligación, por la construcción de capacidades científicas y tecnológicas.

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