El molesto e inútil día sin carro y sin moto

César Ferrari
12 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

El jueves 6 de febrero hubo un nuevo día sin carros y sin motos en Bogotá. Algunos celebraron la medida, otros la consideraron molesta e inútil.

Algunos dijeron que fue un éxito porque no hubo carros ni motos particulares en las calles. ¿Pero cuál es el éxito del cumplimiento de una medida que es obligatoria y desobedecerla cuesta? Obvio: ninguno.

¿Qué se celebra? Unos dicen que la reducción de la contaminación ambiental. No obstante, el mismo día las autoridades municipales declararon alerta amarilla ambiental en partes de la ciudad. En realidad, la prohibición de circulación de carros y de motos particulares solo redujo 2% el material particulado PM 2.5, el más nocivo, según la Secretaría de Ambiente.

Otros dicen que mejoró la velocidad de circulación. Sin embargo, a las 6:30 de la mañana los trancones eran ostensibles en varias avenidas principales de la ciudad: Séptima, Novena-Ciudad de Quito, Circunvalar. Obvio: aumentaron los taxis pues les levantaron el “pico y placa” y redujeron un carril en varias avenidas principales, como en la Séptima, para darles espacio a las bicicletas.

Varios dijeron que lo importante de la medida es acostumbrar a los bogotanos a usar el sistema de transporte público… en una ciudad que carece de un sistema rápido y masivo, salvo buses articulados en rutas exclusivas que no son ni rápidos ni de transporte masivo ni creación genial (un sistema de las mismas características, de buses articulados sobre rutas exclusivas, ya existía en Lima en la década de los años 70 del siglo XX).

En realidad, la medida es causa de molestias en las clases populares y medias. Los primeros, porque tuvieron que bajarse de sus motos y embarcarse en buses, y en los que utilizan regularmente los buses por la mayor congestión. Los segundos, porque tuvieron que abandonar sus automóviles, por los que pagan impuesto de rodamiento 365 días al año, y tomar taxis, que aprovechando la mayor demanda elevaron su precio a, muchas veces, el doble o triple de lo que usualmente cobran.

No es para menos. Si hay 1,1 millones de vehículos particulares en Bogotá y dejó de circular la mitad porque la otra de todos modos se quedaba en casa por el “pico y placa”, más 480.000 motocicletas que en su totalidad no pudieron circular, hubo una mayor demanda de taxis de 225.000 personas y una mayor demanda de transporte en buses de 705.000 personas, suponiendo que la mitad de los conductores de vehículos particulares que podían circular se subieron a uno de los 48.000 taxis, que sí circularon todos, y la otra mitad más todos los motociclistas se subieron a Transmilenio o a los SITP. Es apenas obvio que dichas demandas adicionales tenían que causar encarecimiento de los taxis y más congestión en los buses.

Entones, ¿para qué sirve un día sin carro y sin moto? La respuesta es obvia: para contentar a los taxistas, un gremio muy poderoso políticamente… y para fastidiar a todos los demás. En todo caso, si tanto insisten en la medida, ¿por qué no la realizan un domingo? Y, además, ¿por qué no se paga menos de la mitad del impuesto anual de rodamiento si los vehículos particulares solo circulan menos de la mitad de su vida útil por cuenta del “pico y placa” y del día sin carro? ¿Por qué no somos sensatos?

* Ph.D. Profesor titular, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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