El mundo después del COVID: no va a ser como antes, pero ¿podría ser mejor?

Allison Benson Hernández
30 de marzo de 2020 - 05:57 p. m.

Los más optimistas esperan que, en algunos meses, todo vuelva a ser como antes. Pero difícilmente el mundo volverá a operar como si no hubiera vivido un choque de esta dimensión. Porque el COVID-19 es eso, un choque, en el sentido más puro: salió de la nada, y de la nada cambió nuestra rutina, nuestra forma de trabajar, estudiar, consumir, producir, ver al otro, pensar el futuro.

Nunca una sola causa había afectado a tanta gente, al mismo tiempo y de forma tan uniforme. No importa si eres el dueño de la empresa más grande de un país, o el dueño de la miscelánea de la esquina; tus ventas se van a bajar. No importa si quieres viajar en primera clase en avión o en un bus intermunicipal; no vas a poder viajar. No importa si estás en Bogotá, o en Wuhan, o en Nueva York o Nueva Delhi; tu vida hoy no es como tu vida hace un mes.

Cambios tan profundos y generalizados con toda seguridad dejarán un legado. La pregunta es, ¿ese legado incluye cosas positivas? Sin desconocer los efectos negativos que dejará la pandemia (fallecimientos, aumento de pobreza, quiebre de empresas, incertidumbre global), también deberán desatarse cambios positivos. He aquí algunas lecciones que nos puede dejar la crisis que harían del mundo, después del COVID, un mundo mejor, un mundo con:

  • Más empatía. La crisis nos ha hecho pensar en cómo es la vida de otros menos privilegiados. Que dependen del trabajo diario para comer, que no tienen la misma libertad para levantarse y preguntarse ¿qué quiero hacer hoy? Que no pueden trabajar desde sus casas, ni tienen ahorros para afrontar las emergencias, ni saben cómo será el mañana.
  • Menos individualismo y más solidaridad. La pandemia ha puesto en evidencia el costo de pensar solo en nosotros mismos, y ha sacado a relucir la inmensa capacidad que tenemos los humanos de ser solidarios. Nos ha recordado que somos animales sociales, que nos hace falta estar con otros, y que nos importan los otros.
  • Un mejor sistema de protección social. Ha quedado claro el valor de tener sistemas de salud universales y eficientes, de contar con programas sociales para contener emergencias y asegurar un ingreso de subsistencia, que “lujos” que parecían imposibles o innecesarios, como seguros de desempleo masivos o un Ingreso Básico Universal, son una necesidad real y urgente.
  • Adopción tecnológica masificada. Hemos aprendido que las reuniones virtuales no son algo de los jóvenes, que miles de trabajadores y empresas pueden aprender a usar la tecnología y a hacer trámites electrónicos. Que las clases online en colegios y universidades pueden volverse parte central de los pénsum. Que las citas médicas virtuales podrían ser una estrategia masiva y generalizada para descongestionar el sistema de salud, reducir el tiempo muerto en salas de espera, y reducir la necesidad de tener a millones de personas desplazándose por la ciudad innecesariamente.
  • Mercados más justos. Hemos visto que el sector financiero puede bajar sus tasas de interés, que las grandes empresas pueden donar millones de pesos, que podemos darle plazo a un inquilino para pagar la cuota del arriendo o a un campesino para pagar la cuota de su crédito, que una economía con un consumo más consciente y menos lujos es posible.
  • Respeto por las fronteras de la naturaleza. Como lo dice Sonia Shah, aprendimos que no podemos continuar invadiendo las fronteras de los hábitats de los animales, confinándolos y haciéndolos convivir con la huella humana. No solo porque es injusto e insostenible, sino también porque es peligroso (esta proximidad fue la que permitió que el SARS-COV2 se pasara a los humanos).
  • Mejores líderes políticos. La crisis nos ha enseñado que las decisiones que toma un político nos afectan la vida a todos, y que, por tanto, dependemos de elegir personas capaces, que oigan la ciencia, que tomen decisiones acertadas, a tiempo y pensando en el interés de las mayorías. Estamos aprendiendo que, literalmente, un mal gobernante, cuesta vidas.
  • Más valor por los espacios naturales. Estamos reaprendiendo que, como dice William Ospina, “podemos vivir sin aviones, pero no sin oxígeno”. Que salir al parque con nuestros hijos o perros, sentir el sol y respirar aire puro es un lujo que damos por sentado, o que a veces, en nuestro afán del día a día, ni siquiera nos interesamos por disfrutar.
  • Más relevancia de los mercados locales. Estamos aprendiendo que tener economías transnacionales donde el consumo y la producción global dependen de China (por más barato que sea) nos puede salir caro, como anota Dambisa Moyo. Coyunturas como estas, cuando el comercio exterior se reduce y la circulación de bienes se limita, nos enseñan que los países debemos ser capaces de autoabastecernos, al menos en términos de alimentos y bienes esenciales.
  • Más valor por el silencio y la tranquilidad. Muchas de las personas que vivimos en grandes ciudades que nunca duermen le tememos al silencio del domingo por la tarde. Nos afana no tener plata para ir al restaurante de moda o tiempo para ir a comprar la pinta perfecta para la fiesta perfecta. De repente estos afanes se tornan mundanos y descubrimos el valor de la tranquilidad de estar en casa y de vivir en una ciudad menos acelerada, menos ruidosa y menos contaminada.
  • Cooperación transnacional. Como lo de dice Yuval Noah Harari, esta pandemia ha evidenciado la importancia que los países compartan información y conocimiento, y ha hecho explícito que los grandes problemas no pueden resolverse país por país, sino que requieren coordinación y cooperación a escala global. Hoy China le está enseñando a Italia cómo enfrentar el virus, cooperando no solo con información y conocimiento, sino también con médicos y equipos. Este nivel de cooperación y flujo de información, sin embargo, no ha tenido la escala, la profundidad, ni la velocidad suficientes.
  • Nuevas perspectivas de quiénes son héroes. Estamos reconociendo el valor de los cuidadores y los servicios esenciales. Médicos, enfermeras, campesinos, conductores de buses, cajeros en supermercados son fundamentales para que podamos operar como sociedad y son quienes se han puesto la camiseta durante la pandemia para salvar vidas y permitir que sigamos operando.
  • Más humildad. Nos ha tocado aprender que, contrario a lo que nos han enseñado, los humanos no somos los dueños del mundo, ni estamos por encima de la naturaleza; somos tan vulnerables a ella como cualquier otro animal, o quizás más. En cualquier momento la naturaleza, con su sabiduría, puede imponernos mesura y hacernos mirar hacia donde no hemos querido.
  • Más igualdad. Todas estas lecciones se pueden resumir en una. Necesitamos un mundo con más igualdad, entre ricos y pobres, entre economías, entre gobiernos, entre el tiempo que dedicamos a trabajar y que dedicamos a descansar, entre el valor que les damos a diferentes profesiones y actividades, entre el valor que les damos al crecimiento económico y al medio ambiente.
Tuvimos que esperar a que llegara una pandemia para pensar en lo difícil que es para un vendedor ambulante vivir del diario; para entender lo clave que es tener un sistema de salud universal; para valorar el privilegio de sentarse en un parque a sentir el sol; para reconocer que las decisiones que toma un político afectan la vida diaria de todos; para reconocer que los humanos no somos invencibles ni somos los dueños del mundo; para percatarnos de los peligros que acarrea un mundo hiperconectado, donde lo que come una persona en China, puede afectar a siete billones de personas; para volver a vernos a todos como una misma especie. Como lo dice Eric Klinenberg: el coronavirus traerá inmenso dolor y sufrimiento. Pero nos obligará también a reconsiderar quiénes somos y qué valoramos; y en el largo plazo podría ayudarnos a redescubrir la mejor versión de nosotros mismos.

Y tú, ¿cómo te imaginas esa mejor versión de nosotros mismos?

 

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