El mundo a través del Covid-19: democracia

Arlene B. Tickner
25 de marzo de 2020 - 02:07 a. m.

Las reverberaciones globales del Covid-19 hacen difícil pensar y escribir sobre otra cosa. Así, en esta columna y las venideras hasta que la situación se estabilice mínimamente, propongo discutir algunos temas a través del filtro indirecto del maldito microbio.  Entre los desafíos actuales que enfrentan tanto los estados como las sociedades, distintos a salvar la vida de cuantas personas podamos y evitar el colapso económico total, está el riesgo de la implosión de la democracia.  

Equilibrar la puesta en marcha de respuestas contundentes y coordinadas que por naturaleza propia exigen alguna concentración del poder político, con el aprovechamiento inevitable de algunos gobernantes para abusar aún más de este no es tarea fácil, como sugieren casos como el de Israel.  Bajo el pretexto de enfrentar la crisis, el primer ministro Netanyahu ha frenado el funcionamiento del sistema judicial que lo procesa por corrupto, bloqueado la elección del nuevo presidente del Knesset, donde las fuerzas anti-Bibi ganaron una leve mayoría en el tercer intento de elecciones, desplegado un sistema de vigilancia a la ciudadanía por celular y manipulado a los medios, práctica reconocible en múltiples otras democracias.

De forma similar, en contextos caracterizados por precariedad institucional, debilidad económica, pobreza y desigualdad, y deficiencias de infraestructura, como ocurre en casi todo el Sur global, la adopción de medidas que a primera vista parecen indispensables, como la declaración de estados de excepción o emergencia, y el uso de las fuerzas militares para realizar tareas atípicas, tienen que sopesarse con sus posibles costos para la estabilidad democrática.  En reflejo de esta tensión, la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, un panel de expertos de dicha entidad y Human Rights Watch han instado a todos los gobiernos a no poner en riesgo el estado de derecho y a respetar los derechos humanos, incluyendo el de la salud.  Entre los asuntos que más preocupan a estas y numerosas otras organizaciones de la sociedad civil, están los efectos no contemplados de las cuarentenas obligatorias sobre poblaciones vulnerables que carecen de garantías mínimas de acceso a agua, alimentación, protección sanitaria y trabajo.

En la medida en que aumenta el encierro y otras medidas de distanciamiento social, también tradiciones sagradas como la realización de campañas políticas y la celebración de elecciones se verán afectadas.  En Gran Bretaña la elección de ocho alcaldías, incluyendo Londres, y consejos locales ya se pospuso un año, mientras que la repetición de las presidenciales en Bolivia se ha aplazado hasta nuevo aviso y una decisión similar todavía se evalúa en Polonia.  Aunque es poco plausible que la contienda estadounidense se retrase – la Constitución es clara en que Trump saldría de la Casa Blanca el 20 de enero de no realizarse – algunas de las primarias demócratas se han reprogramado y probablemente el proceso electoral general tenga que readecuarse a las nuevas circunstancias.

Aún a sabiendas que la democracia está en crisis hace rato, resulta fundamental no resignarnos a que este sea uno de sus actas finales.  Entre otros porque la búsqueda consensuada de correctivos a sus innegables imperfecciones, así como de mejores nortes colectivos para las sociedades del mundo, resultaría imposible en el mismo instante en que dejase de existir. 

 

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