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El Muro de Berlín: historias sin "Historia"

Luis Fernando Medina
11 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.

¿Qué fue lo que terminó hace 25 años en Berlín?

¿El comunismo? ¿El socialismo? ¿El totalitarismo? ¿Toda oposición al libre mercado? ¿La Historia, así con mayúsculas? Para tener una respuesta bien vale la pena consultar la historia con minúsculas, los detalles de cómo se construyó el Muro. Para algunos pueden parecer minucias, pero resultan instructivas.

Tras tantos años de investigación histórica aún quedan algunos interrogantes por resolver. Pero a pesar de las polémicas que siguen existiendo en torno al Muro, hay algunos puntos en torno a los que ya hay algo parecido a un consenso.

Lo primero que hay que notar es que la así llamada República Democrática Alemana (Alemania Oriental) bien pudo no haber llegado a existir. Stalin era todo menos tonto y entendió desde el comienzo que crear una república satélite en la zona de ocupación soviética (que, después de todo, había sido la zona con menos presencia del Partido Comunista Alemán antes de la guerra) podía traer muchos problemas. De modo que trató de mantener varias opciones abiertas. Por ejemplo, a veces se inclinaba a negociar un paquete de reparaciones de guerra con una Alemania unificada y neutral. Incluso en 1952, a menos de un año de morir, Stalin todavía le ofrece a las potencias un plan de unificación de Alemania. Por razones que no vienen al caso, el plan ya para ese entonces no era viable pero sí ilustra las ambivalencias que mantuvo Stalin sobre la eventual RDA desde el comienzo. Más aún, a la muerte de Stalin dos de sus posibles sucesores, Malenkov y el sanguinario Beria, jefe de la temida policía secreta, llegaron a contemplar la posibilidad de permitir la reunificación de Alemania como parte de un paquete ambicioso de normalización de relaciones con Estados Unidos. Malenkov fue destituido y Beria fusilado, abriéndole así paso a Khruschev quien, aunque después tratara también de mejorar las relaciones con Occidente, en aquel momento surgía como el verdadero paladín de la línea intransigente.

Aunque el Muro nunca se hubiera construido sin permiso de la Unión Soviética, el trabajo de la historiadora Hope Harrison muestra que ese permiso se produjo en medio de tensiones entre los soviéticos y los alemanes. Una vez consolidado Khruschev, se produce una situación curiosa: mientras Khruschev estaba interesado en flexibilizar el régimen de hierro que había construido Stalin, tanto en materia económica como política, en Berlín el líder alemán Walter Ulbricht se mantenía aferrado al dogma stalinista. El punto más álgido de esta diferencia era sin duda Berlín Occidental.

Al estar abierta la frontera entre las dos partes de Berlín, la RDA perdía semana tras semana la mano de obra más calificada. La solución que tenía Khruschev en la cabeza era razonable y hasta inspirada: introducir reformas económicas que permitieran el florecimiento de pequeñas y medianas empresas, relajar las restricciones políticas e inyectar ayuda económica soviética hasta que Berlín Oriental se convirtiera en un escaparate socialista tan agradable que, no solamente parara la emigración sino que incluso llegara a atraer a Berlín Occidental.

Pero el plan tenía dos problemas. El primero era que resultaba difícil persuadir a los soviéticos de incrementar su ayuda a Alemania que, al fin y al cabo aún era percibida como la nación agresora durante la guerra. De hecho, la ocupación soviética se había encargado de desmantelar fábricas alemanas para llevarlas a Rusia en una especie de plan atropellado de reparaciones. El segundo problema era que mientras Khruschev en Moscú podía darse el lujo de diseñar una estrategia de largo plazo que ayudara a la arquitectura global del campo socialista, en Berlín Ulbricht sentía que el problema no daba espera y además no creía en las fórmulas de Khruschev. De Moscú llegaban planes de lo que se llamaba el Nuevo Rumbo pero Berlín simplemente los archivaba o implementaba malamente. Como si fuera poco, pasaba el tiempo y las negociaciones de Khruschev con Estados Unidos no lograban ni siquiera las concesiones que Ulbricht esperaba, tales como el reconocimiento diplomático de la RDA. Ante el fracaso de los planes de Khruschev, la única opción que quedaba sobre la mesa era la propuesta por Ulbricht: cerrar definitivamente la frontera con Berlín Occidental.

¿A qué viene recordar todo eso? Muchos han visto en la caída del Muro de Berlín un evento filosófico: el fin de la Historia, el fin da las utopías, el fin del socialismo, el triunfo del capitalismo, el triunfo de la libertad y así sucesivamente. Repasar esta historia nos ayuda a aterrizar un poco el análisis lo que, paradójicamente, puede servir para lanzar otros vuelos intelectuales.

Como lo muestra la historia del Muro, los regímenes comunistas de Europa Oriental, con todas sus monstruosidades, no surgieron de un tratado filosófico sino que se gestaron en el contexto horripilante de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar dicha guerra, en la que la Unión Soviética perdió veinte millones de personas, Stalin estaba resuelto a que la Unión Soviética tendría un "cordón sanitario" en Europa Oriental fuera como fuera. Como ya vimos, Alemania podía no ser parte de dicho cordón, pero, por ejemplo, Polonia era innegociable. Con la excepción de Checoslovaquia ninguno de aquellos países había tenido un movimiento comunista fuerte e incluso algunos (como Hungría y Rumania) fueron aliados de los Nazis. Siendo así, aquellos regímenes estaban desde el comienzo casi destinados a ser férreas dictaduras controladas por líderes que habían aprendido sus métodos en la corte de Stalin (como Ulbricht). En retrospectiva es claro que de ese entorno nunca iban a salir alternativas inspiradoras para la humanidad. Casi podría uno decir que el mejor argumento en favor del socialismo es que aún aplicado en semejantes circunstancias y por semejantes personajes fue capaz de producir repúblicas que algunos hoy recuerdan con nostalgia.

 

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