El muro y los activistas de Leipzig

Rafael Orduz
30 de septiembre de 2019 - 08:06 p. m.

Ya en un mes largo se cumplen los primeros 30 años de la caída del muro de Berlín y, con él, de la Cortina de Hierro, y con ambos derrumbes, el fin de la Guerra Fría.

Cuando culmina una guerra aparecen quienes aspiran a llevarse los méritos del triunfo. En el cobro de los dividendos de la caída del muro no estuvieron presentes representantes de centenares de miles que arriesgaron el pellejo en busca de opciones democráticas en medio del temor que, con razón, despertaba el Partido Socialista Unitario (PSU).

Octubre fue crucial en la revolución alemana del 89. Alemania, que tenía 900.000 soldados estadounidenses, británicos y franceses estacionados en su parte occidental y 380.000 soviéticos en la oriental, con la mayor población de ojivas nucleares en el mundo, a lado y lado, era un polvorín. Tanto la CIA como la KGB contaban con miles de agentes en uno y otro lado. (Entre otras, un joven agente de la KGB, Vladimir Putin, hacía parte del equipo de la policía secreta soviética en Dresden).

Un grupo minúsculo de activistas empezó a reunirse, los lunes a las 5:00 p. m., en la iglesia de San Nicolás de Leipzig. El movimiento, lunes tras lunes, se volvió masivo. Convergía con iniciativas como la de Nuevo Foro. Comenzaron a manifestarse en las calles, hasta que el 9 de octubre del 89 la sacaron del estadio. Unos hablan de 70.000, otros de 100.000 marchantes. El hecho es que circulaba la orden del regimen de reprimir a como diera lugar. “Ellos o nosotros”, dijo Honecker, el líder del PSU. Fresco estaba en el ambiente el apoyo que su cúpula había dado, meses atrás, al PC de China en Tiananmen. No se atrevieron, aunque Gorbachov ayudó al desenlace pacífico.

La clave del éxito: mujeres y hombres que decidieron actuar sin violencia, perseverantes, hasta que el hilo se rompió. Es cierto que ya Polonia y Hungría habían dado, unos meses antes, pasos definitivos hacia la ruptura del comunismo de inspiración soviética. En junio, en Polonia, Jaruzelsky, cabeza del Partido Comunista, se había visto obligado a convocar elecciones abiertas que el movimiento Solidaridad, encabezado por Lech Walesa, ganó abrumadoramente. En Hungría, después de manifestaciones sin precedentes, también en junio, el regimen se había comprometido a convocarlas en septiembre. También fue cierto que se había abierto una tronera para los gobernantes de Alemania Oriental: alemanes orientales viajaban, vía Checoslovaquia, a Hungría y de allí a Austria para llegar a Alemania Occidental.

Después del 9 de octubre el pueblo alemán oriental perdió el miedo. Honecker renunció el 18 de octubre y fue sustituído por Egon Krenz, un burócrata al que la palomita no le alcanzó sino mes y medio.

Con certeza, tarde que temprano, el muro habría caído. Sin embargo, el hecho de que haya sido un proceso pacífico y que el pueblo alemán oriental haya perdido el miedo se debe, en parte, a los manifestantes de Leipzig, a los activistas de la iglesia de San Nicolás.

 

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