El narcogobierno

Santiago Villa
11 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

La lucha contra el narcotráfico es una farsa sin fecha de vencimiento. Pocos días después de que el presidente Iván Duque tuviera una reunión con Donald Trump para, supuestamente, fortalecer la lucha contra las drogas, se revela que un narcotraficante cercano a Duque, y que describe al presidente como su hermano, reunió dinero para comprar votos durante la segunda vuelta de su campaña.

José Guillermo Hernández, alias "El Ñeñe", es el más reciente ejemplo de cómo el narcotráfico está anclado a la política. Siempre será parte de la cotidianidad del poder en Colombia. Pensar lo contrario es ignorar lo que ya han demostrado 40 años de nuestra historia. No es algo que cambiará con un presidente de otra orientación política. El narcotráfico siempre encontrará la manera de cogobernar, porque es una fuente rápida de ingentes sumas de dinero: lo que se necesita para ganar las elecciones y fortalecerse en el poder, en un país donde más de la quinta parte de la población es pobre.

Si las instituciones electorales se debilitaran y un solo mandatario, o un solo partido, se anclase al poder con el apoyo de las fuerzas militares, el resultado sería el mismo narco-gobierno que tenemos hoy en día, o incluso peor, porque la presencia del narcotráfico en el poder también se extiende al ejército y la policía. La caja de Pandora del narcotráfico se destapó hace 40 años y no hay cómo reversar la situación salvo legalizando el negocio.

Esto, sin embargo, no será posible mientras el "primer mundo" no flexibilice sus normas antinarcóticos, algo que no sucederá en el corto o mediano plazo. La desinstitucionalización, violencia y corrupción rampante de Colombia a causa del narcotráfico es algo de poco interés para esos países, así que no habrá un cambio de política para aliviar las fracturas de los productores de narcóticos. Lo que les interesa es que las drogas sean difíciles de obtener en sus calles, así que la mejor apuesta para ellos sigue siendo mantener indefinidamente el modelo actual.

Así las cosas, nuestra mayor aspiración bajo el actual modelo es la coexistencia limitada con el narcotráfico. Una contención de la violencia y mantener a la mafia lo más alejado posible del poder electoral. Esto se logra reformando las elecciones, para que el gasto en campañas sea mínimo. El dinero es el activo de la mafia. Si en las elecciones no se mueve dinero, no hay cómo corromperlas o al menos es más fácil identificar las anomalías. Eliminar toda publicidad política en campañas es una reforma extrema y necesaria, pero tampoco va a ocurrir. Eso no blinda el proceso de la compra de votos.

En el escenario actual, Estados Unidos exige resultados a Colombia en la lucha contra las drogas para mantener su farsa. Más que la destrucción de laboratorios y la incautación de cargamentos, es fácil medir la erradicación de cultivos (aunque las cifras sobre cultivos tampoco son enteramente fiables). Además, en esta etapa de la producción, la mafia tiene menos infiltradas a las autoridades. Es más probable que las compren para dejar sacar un cargamento, a que las compren para que no eliminen unos cultivos que fácilmente pueden reemplazarse con otros.

La ridícula situación en la que nos encontramos es que el presidente manda fumigar cultivos de coca con el glifosato de Estados Unidos, mientras los narcos le mandan comprar votos. Esto es un problema que viene de la profunda corrupción del uribismo, pero también es una dinámica estructural.

El caso más exitoso de sustitución de cultivos, y que a menudo se usa como ejemplo de éxito, ha sido el de la amapola en Tailandia: uno de los países que, no obstante, tiene los más altos niveles de consumo y venta de drogas en la región, y donde el narcotráfico se castiga con pena de muerte. Es decir, ni siquiera en el país modelo de sustitución de cultivos, donde hay una de las legislaciones antidrogas más fuertes del mundo, sigue siendo uno de los epicentros del narcotráfico en el Sudeste Asiático.

En Afganistán, donde el ejército norteamericano lleva casi 20 años en una guerra a sangre y fuego, el narcotráfico aumenta.

Una salida es legalizar el cultivo de coca y centrar el trabajo de las autoridades en los eslabones que van de los laboratorios a la exportación y el lavado de dinero. Siendo realistas, sin embargo, dado que los niveles más altos son los que mueven la mayor cantidad de dinero, es probable que sigan siendo los menos combatidos. El peso de la lucha antidrogas siempre procurará centrarse en el eslabón más débil. Es lo fácil para una guerra que nadie pretende ganar ni acabar.

Twitter: @santiagovillach

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