El narrador en la construcción de memoria

Arturo Charria
01 de marzo de 2018 - 04:30 a. m.

Lo primero es comprender la memoria como una construcción narrativa; como un relato en el que la fuerza se centra en el testimonio. En Colombia esta narrativa ha proliferado en los últimos años.

Ahora bien, el testimonio de las víctimas no es una fuente primaria en sí misma que se mantiene inalterada o es absolutamente auténtica en relación con los hechos violentos que se narran. Por un lado, suele existir una mediación de un tercero que interviene y ordena el relato, incluso las mejores intenciones de ajustar la gramática son alteraciones que transforman el sentido. Por otro lado, hay cierta flexibilidad en relación con el rigor con que se reconstruyen los hechos violentos, pues la potencia de la memoria no está en la precisión que requieren las pruebas judiciales, sino en el recuerdo o la huella de un hecho doloroso; la carga afectiva y emocional de la memoria es parte constitutiva del concepto. Estas situaciones hacen parte de la memoria, no le quitan su lugar político y su contribución a la reparación que reclaman y merecen los millones de víctimas del conflicto armado.   

El reciente documental Ciro y yo, del director, Miguel Salazar, permite reflexionar sobre estas tensiones que atraviesan la memoria. La amplia recepción que ha tenido el documental por parte de la crítica, el público y los columnistas de opinión nos da la posibilidad de indagar sobre el papel que tiene el narrador en la construcción de memoria. Plantear preguntas necesarias como: ¿Cómo establecer la frontera entre la voz de la víctima y las intervenciones del narrador? ¿Cómo ordenar los acontecimientos y los archivos que recoge el narrador durante la construcción el relato? ¿Qué se corta? ¿Qué se suprime? ¿Qué se acomoda en función de la necesidad narrativa?  

En Ciro y yo, el director asume el papel del narrador/personaje desde el inicio, pues éste se reconoce como parte de la historia. Esta decisión no solo es evidente en el título, sino en los momentos en que Miguel Salazar habla en primera persona planteándose preguntas que intenta resolver a través de la relación que construye con Ciro Galindo y su familia. Adicionalmente, está la decisión de construir un relato paralelo que va cruzándose con el testimonio de las víctimas. Esto implica seleccionar, categorizar y dotar de sentido un archivo que no fue construido por él, en donde el narrador asume absoluta autoridad sobre lo narrado.  

Sin embargo, dado el furor que ha tenido el documental dirigido por Miguel Salazar, es importante retomar dos preguntas que hace la escritora canadiense Régine Robin, en su libro La memoria saturada: ¿Puede un país tramitar tanta memoria, cuando un individuo no logra conciliar la propia? ¿Cómo hacer evidente que la memoria está compuesta de retazos y recuerdos que se cohesionan por un acto narrativo y, especialmente, por la intervención de un narrador? Asumir con rigor estas preguntas nos impedirá hacer del documental de Salazar una fórmula que repitan otros directores, hasta ahogar y anular la voz que se pretende visibilizar.

Así, el logro del documental Ciro y yo, y de Miguel Salazar, no sólo debe pensarse en la capacidad de haber generado una empatía y vínculo entre el espectador y la historia de Ciro Galindo, sino en la capacidad de haber logrado evidenciar la potencia que tiene la memoria al momento de movilizar emociones. El país necesitaba esta historia.

 

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