El nuevo comercio: ¿el administrado?

Hernán González Rodríguez
28 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

“El libre comercio está muerto. Larga vida al comercio administrado”. “No pregunten si el libre mercado está vivo, pregunten si vivió alguna vez”. Con estas cortas frases halladas en la prensa internacional espero anticipar algunas ideas relacionadas con el tema.

Tras la crisis mundial de 1929, estimaron los Estados Unidos que, si hubieran estado abiertos para ellos los mercados comerciales del mundo, no habrían padecido tan profunda recesión. Después de la Segunda Guerra Mundial abrieron los estadounidenses sus mercados para acelerar la reconstrucción de Europa. En 1985 fundaron la Organización Mundial del Comercio (OMC), porque consideraban que el libre comercio reduciría los costos de producción, exigiría la especialización de los países para explotar sus ventajas competitivas, aumentaría la variedad y la innovación de los productos y evitaría el abuso de los monopolios.

Los opositores al libre comercio lo censuran, porque desplaza la mano de obra doméstica con sus monedas devaluadas, con sus subsidios, con sus salarios de hambre. Porque con sus “dumpings”, consistentes en vender en el país importador a precios ínfimos hasta quebrar sus competidores locales y apoderarse de sus mercados para, finalmente, vender caro. Porque no permite el desarrollo de las empresas nacientes y por la seguridad nacional. Nadie acepta que artículos clave, como los relacionados con las armas, se produzcan en una nación poco amiga.

La OMC sostiene que el comercio de bienes y servicios como porcentaje del PIB mundial se ha estabilizado desde 2008 en el 60% de este. En tanto que los bienes solamente han venido decayendo.

El presidente Donald Trump es diferente de todos sus antecesores en relación con el libre comercio, puesto que actúa como nacionalista y no como globalista. Mira Trump los mercados libres con el lente de la seguridad nacional, considera que sus industrias deben estar en capacidad de armar su país para participar en cualquier guerra.

Bien poco le agradan a Trump los gigantescos déficits comerciales con los cuales recibió su mandato. Para aliviar esto, acude él a elevar los aranceles, porque los considera como una poderosa fuerza para negociar. Así ha llevado a pactar mercados administrados con México, Canadá, Japón y China.

Los acuerdos de Trump con China y México, por ejemplo, son una muestra clara del comercio negociado, no libre, puesto que incluyen estos acuerdos artículos específicos, con cuotas definidas para cada uno de ellos. Nada de las arbitrarias “normas de origen” de la OMC para proteger los bienes fabricados en un país desarrollado como si hubieran sido producidos por un país subdesarrollado. Se comercia solo lo que conviene a los participantes.

Entiendo que también incluyen los acuerdos estándares para elevar las condiciones y la remuneración de la mano de obra, con el fin de disuadir los salarios de hambre. China se obligó a comprarle nada menos que US$200.000 millones por año a EE.UU., ya en enero pasado había reducido China sus aranceles sobre 800 productos.

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