Está visto que la crisis económica obedeció a una reducción del ahorro causada por la cuarentena y acentuada por la política fiscal y ampliación del consumo. El desajuste se manifiesta en un déficit fiscal de 9 % PIB en un país con tasa de ahorro de menos de 20 %. La cuadratura del círculo se hubiera podido corregir en su momento con una expansión monetaria muy superior a la tendencia histórica tanto en 2020 como en 2021. La caída de la economía se habría detenido en seis meses y a estas alturas se encontraría en franca recuperación. El producto nacional estaría aumentando por encima del nivel de 2019. En su lugar, se presenta una reforma tributaria basada en impuestos indirectos y en mayores tarifas a la renta, que significan la reducción del salario y el deterioro del coeficiente de Gini, y precipitaron la protesta social que resquebrajó la unidad nacional. A renglón seguido, Carrasquilla renuncia y el Gobierno retira el proyecto presentado al Congreso.
Lo cierto es que la economía enfrenta una seria deficiencia de ahorro ocasionada por la pandemia y por la ampliación del déficit destinado a aumentar el consumo. El desajuste se sintetiza en un déficit fiscal de 9 % del PIB que no es sostenible. Mientras persista el déficit fiscal, la economía no estará en capacidad de reactivarse, es decir, de aumentar la producción y el empleo. Por lo demás, se acercará a un desbalance de caja que impide atender los compromisos presupuestales.
Nada que hacer. Dentro del modelo imperfecto de equilibrio y mercado dictado por la ortodoxia la única forma lícita para elevar el ahorro es mediante la reducción del salario y el medio más disimulado de hacerlo es por el sistema tributario. Ante el rechazo de la opinión pública, la actitud correcta no es mantener el déficit fiscal y financiarlo con la reducción de la inversión. La economía quedaría sin ahorro que garantice el balance interno entre el ahorro y la inversión y la capitalización que sostenga el crecimiento económico.
La alternativa es el cambio de modelo que he presentado reiteradamente mediante reformas estructurales que eleven el ahorro y sostengan el salario por encima de la productividad. Sin embargo, estas transformaciones no se pueden adoptar intempestivamente; se requieren conciliaciones que toman períodos largos de gestación. El primer paso es la revisión de la política comercial que eleve los aranceles en forma selectiva y adopte una política industrial para configurar una estructura comercial de mayor complejidad y productividad del trabajo. La más importante en las circunstancias actuales del país, que modifica de tajo el modelo económico, es el replanteamiento de la concepción monetaria del Banco de la República y el Gobierno a fin de aumentar la emisión, bien sea en forma selectiva o general, en 4 % del PIB en el presente año y en el siguiente. La fórmula contrarrestaría el déficit fiscal y suministraría un alto margen de maniobra para mejorar la distribución rápidamente y avanzar en la reactivación. A la luz del replanteamiento de la teoría monetaria convencional, la propuesta bien implementada no tendría mayores riesgos inflacionarios.
La concepción económica de equilibrio y libre mercado no es un buen marco de referencia para conciliar la eficiencia y la equidad. El modelo imperante en los últimos 30 años propicia el crecimiento a cambio de colocar el salario por debajo de la productividad. Ya se vio como la solución de mercado de bajar el salario fue rechazada por la protesta social. La alternativa no es convivir con el déficit fiscal y dejar que sustituya la inversión y la capitalización. La solución de fondo es el nuevo modelo que eleve la tasa de ahorro y el salario.