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El ocaso de los caudillos

Fernando Carrillo Flórez
05 de mayo de 2010 - 02:54 a. m.

HACE UNOS POCOS DÍAS EN UNO DE los albergues gallegos del camino de Santiago, Joan Prats decidió no despertarse más.

Como tantos peregrinos de bordón y sombrero de ala ancha, intentaba atravesar la puerta de la catedral compostelana en este año de jubileo, por un desafío más de búsqueda espiritual que de radicalismo religioso.

Destacado líder del Partido Socialista Catalán, diputado y senador, le entregó las últimas décadas de su vida a la causa de la democratización en América Latina, desde la dirección del Instituto de Gobernabilidad de Cataluña. Sus reflexiones sobre la urgencia de la reforma de las instituciones políticas lo llevaron a convertirse en una especie de Douglas North ibérico. Hizo de América Latina su patria, dejó su corazón en Bolivia y su generosidad hizo de su conocimiento el punto de llegada de varios líderes regionales.

Varias generaciones de dirigentes políticos recibieron sus enseñanzas sobre la importancia de la fortaleza del Estado de Derecho y de las instituciones para el desarrollo. Su pensamiento progresista le abrió camino a una variante ignorada en la teoría del desarrollo: la política. Joan repetía que era hora de dejar atrás la tesis según la cual era políticamente incorrecto hablar de política en los organismos de desarrollo. Porque tal fue uno de los pecados mortales del Consenso de Washington: creer que la política era marginal y elástica frente a la economía neoliberal.

Decía Aristóteles que los amigos son las personas a través de quienes resulta viable llegar donde a uno solo no le resultaría posible. Con argumentos pioneros y con un equipo liderado por Enrique Iglesias, y personas como Edmundo Jarquín, Manuel Alcántara, Daniel Zovatto y otros, el BID abrió la puerta principal a estas innovaciones a finales de los 90. En Europa lanzamos con Joan desde Barcelona la Red Eurolatinoamericana de Gobernabilidad para el Desarrollo a la que se sumaron Laurence Whitehead de Oxford, Olivier Dabéne de Sciences Po en París, Klaus Bodemer y Detlef Nolte de Hamburgo, y recientemente Andrés Malamud de la U. de Lisboa. La Red desde ese momento ha sido un punto de referencia en el diálogo Europa-América Latina sobre temas de buen gobierno.

Detrás de todo aparecía la noción de gobernabilidad democrática basada en una reivindicación de lo público, que Prats elaboró como orfebre aplicado, cuestionando el conformismo con un minimalismo ético ligado a conquistas democráticas que morían en las elecciones. Porque a pesar de la democracia, puede no regir una cultura democrática y la defensa de sus valores termina sacrificada por un autoritarismo populista. Un duro cuestionamiento a la pasividad cívica que deja en manos del sultán soberano los compromisos con lo público. Gran tema hoy de la campaña presidencial en Colombia.

Dicen algunos peregrinos que el camino de Santiago hace ver simples las cosas que parecen complicadas. Antes de ello, Prats había visto con claridad la necesidad del regreso de una política responsable y limpia para demostrar que las buenas instituciones y las buenas políticas públicas no son el resultado del crecimiento y la prosperidad sino su causa. Su último escrito, en el mejor estilo de Amartya Sen, fue la defensa de la igualdad desde la libertad, algo aún no asimilado por muchos dirigentes.

 

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