Publicidad

El odio y la venganza

Lorenzo Madrigal
15 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

La política es la expresión de lo peor que pueda haber en las relaciones humanas. Incluye el odio, la envidia y la retaliación, todo lo cual es inherente a la condición humana de siempre. Uno diría que eso viene de Caín y Abel, en que el humo blanco vertical y hermoso del uno causó envidia en el otro, porque el de su hoguera salía torcido, sucio y contaminante. No pudiendo corregirlo ni imitar al de su hermano disolvió la competencia; ya sabemos cómo. Fábula de los primeros encuentros entre humanos.

Si no se está de acuerdo con el poder —o si no se hace parte de él, diría mejor— hay que reemplazarlo, por un método rápido (fast track), por ejemplo por la revolución, todo lo cruenta que ella sea. Hay que acabar con el contendor político y en el forcejeo se hacen las paces o, como quien dice, la paz. Los agresores o quienes iban a entrar matando al grupo social regresan como señores de la decencia política y olvidan muy pronto sus solicitudes de perdón y olvido. ¿O qué otra cosa son las amnistías e indultos?

Muy posiblemente así son las cosas, en pinceladas dramáticas. Sin entrar a dilucidar quién o quiénes tengan la verdad, y quiénes el error. ¿Y qué es la verdad? Verdad moral sí que la hay, esencial. Matar, por ejemplo, es malo. En general, hacerle a otro lo que no se quisiera para sí mismo; de ahí que torturar es aún peor y, además, cobarde.

Quien ha matado o visto matar, sin reato moral, no puede llegar como converso a cobrarle pulcritud a los demás. No estaría legitimado en modo alguno, como esto de achacarles el mal momento de un familiar, por hechos acontecidos a su pesar o empañar su imagen por el acto piadoso de haberle dado a ese pariente cercano un amparo esencial. La responsabilidad penal es personalísima. Consultado en radio el doctor Arrubla Paucar, su opinión sobre el tema no fue distinta y sobró la desobligante sugerencia de la periodista de que opinaba por amistad.

Pocos gobiernos he visto que surjan con tanto odio represado en su contra y con tanto ánimo vengativo como el presente de Iván Duque y de Marta Lucía Ramírez. Se ha querido atacar la propia legitimidad electoral, pasado un buen tiempo de su pacífica y no discutida elección. Es el odio, es el ánimo de hacer daño, cualquiera que sea, pero daño a la imagen, a la que queda en el inconsciente de la gente, sin análisis, al estilo subliminal.

“Se habló de eso”; “de ella se dijo”; “allí como que hubo un fraude y compra de votos”. Pero eso, todo eso, es la política, el mundo del rumor o de avergonzar al adversario injustamente. Hay que tener la piel curtida y seguir adelante. Y, bueno, remitirse a la historia, cuando no resuelven escribirla los ganadores o los que, en idílica paz, la ajustan de la manera más conveniente a los acuerdos. En esos casos la auténtica verdad queda revoloteando por ahí como un pájaro herido.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar