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El oficio del productor

Manuel Drezner
03 de febrero de 2009 - 02:06 a. m.

La muerte de Israel Horowitz, productor insigne de discos de música clásica, a los 92 años de edad, trae a cuento uno de los más ignorados oficios en el campo de la cultura musical: la creación de discos.

Porque, contra lo que muchos creen, no se trata de poner a unos artistas frente a un micrófono, dejarlos que hagan lo suyo y después sacar al público el resultado. La realidad es que mucha de la creatividad y de lo que quien adquiere un disco oye, depende del trabajo del llamado productor. Este es el que escoge a los artistas y el repertorio que van a grabar, el que decide en qué sitio se graba y el que supervisa la interpretación, desde la parte técnica hasta el equilibrio entre los diferentes componentes del registro.

Los productores son por tanto creativos importantes y de hecho muchas de las más relevantes grabaciones de la historia del disco fonográfico, no hubieran existido sin la presencia del productor. Ellos son los héroes ignorados del disco y nombres como el de Walter Legge, que grabó las Variaciones Goldberg de Bach con Wanda Landowska, Lehman que llevó al disco las sinfonías de Mahler con Bernstein y así logró el renacimiento de este compositor que había sido ignorado por muchos años, son importantes en el desarrollo de la música.

En el caso del difunto Israel Horowitz, éste fue el que llevó a Andrés Segovia al disco, logrando en esta forma contribuir al renacimiento de la guitarra ante los grandes públicos; fue el primero en grabar con instrumentos originales el conjunto de música antigua de Noah Greenberg, con lo que trajo al público la conciencia de cómo debía sonar la música del renacimiento. Fue Horowitz el que dejó el legado de los violinistas Ruggiero Ricci y Erica Morini, dos de los grandes nombres del violín del siglo pasado. Sus discos, grabados a lo largo de medio siglo, son de un sonido que puede competir con las más modernas técnicas digitales y la herencia que dejó está entre los documentos más valiosos en el disco fonográfico.

En sus últimos años Horowitz, retirado y lamentando que esa labor de dar a conocer nuevos artistas en el mundo clásico se ignorara cada vez más, se dedicó a la crítica y sus lúcidos artículos, que aparecieron en Billboard, fueron una importante guía. Con su desaparición ya quedan pocos grandes productores de música clásica y su ausencia puede traumatizar aún más la precaria situación que ese mundo está viviendo. Pero que lo que dejó a la posteridad es maravilloso, nadie lo puede negar.

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