El orgullo de ser colombiano

Santiago Villa
18 de diciembre de 2020 - 03:00 a. m.

El orgullo patrio es una emoción aprendida. Al menos no pareciera que nacemos neurológicamente configurados para sentirnos orgulloso de Colombia, que en el pasado fue cuatro países distintos. Y en esos países, sus habitantes están orgullosos de propia nación. A pesar de las dificultades no renegarían de su patria.

Por lo tanto, amar la tierra donde naciste, como diría Juanes, no tiene nada que ver con el país específico, y todo que ver con esa modalidad del amor propio que es el orgullo a lo que pertenecemos. Es una función del patriotismo y de la construcción de una identidad. Es casi tan artificial como la bandera, el himno nacional y las fronteras. Digo casi, porque es la misma emoción que, además de estar dirigida hacia un país, puede estarlo hacia una tribu, un clan, un apellido o familia. Es el orgullo de hacer parte del colectivo que, por azar de nacimiento, me tocó.

Hace unos días en Twitter alguien preguntaba si sentíamos orgullo de ser colombianos, y la mayoría respondió que sí. No me extraña. El colombiano puede ser extremadamente nacionalista, llevar el orgullo patrio a flor de piel: sin pudor ni ironía, con ingenuidad y una dosis obligatoria de cursilería. Al igual que todos los demás nacionalistas del planeta, supongo.

Cuando alguien dice sentirse orgulloso de su país, generalmente se refiere a cierto sentimentalismo cultural, que en nuestro país está asociado a los sospechosos de siempre: el café, la biodiversidad, las dos costas, el vallenato, el fútbol, las arepas y Gabo, entre otros. Una asociación con elementos icónicos; clichés fomentados por mecanismos de propaganda. No es frecuente que esa persona, cuando habla de orgullo, se refiera a procesos sociopolíticos colectivos, en los que se construye un país donde la mayoría de la gente viva mejor.

El primer orgullo se surge a partir de íconos, el segundo es un poco más reflexivo, pero no por ello menos ordinario. Estar orgulloso de los lugares comunes de nuestra cultura es una emoción asociativa, a menos que seamos esos artistas que construyen dicha cultura. El orgullo por el proceso que sobrelleva un país es algo un poco distinto, porque a menudo, directa o indirectamente, el habitante participó de él.

Se puede estar orgulloso de Colombia, porque sus líderes lograron que su principal grupo guerrillero depusiera las armas y se incorporara a la vida civil. Porque a pesar de la violencia conserva, a veces, cierta semblanza de democracia. No seremos todos responsables de eso, y algunos incluso serán culpables de que esos procesos no avancen, pero al padecer una historia compartida, hemos participado de ella.

Cuando hablamos de orgullo nacional, no obstante, la mayoría se refieren al primero, no al segundo.

Sentirse orgulloso de ser colombiano no es algo malo, pero tampoco es una virtud. Es el mismo orgullo que siente el nicaragüense, ecuatoriano, marroquí y ruso por su país. Si no estás despreciando a los extranjeros, soñando con una guerra ni exigiendo que no dejen entrar más inmigrantes, es un orgullo inofensivo.

En algunos casos puede incluso ser positivo. Ciertos países, como el nuestro, que proyectan una imagen negativa en el extranjero por diversos motivos, desmoralizan a sus habitantes. Llevar un pasaporte colombiano, ahora menos que hace 30 años, puede ser problemático. El contratiempo práctico más inmediato es que más países exigen visas, lo cual aumenta el costo y esfuerzo de planear viajes.

Si bien los países no van a dejar de pedir visas a los colombianos porque se sientan orgullosos de su país, este nudo indisoluble de identidad afecta la psiquis de maneras que aún no entendemos del todo. Podemos sofisticar esta identidad, envolviéndola en reflexividad sobre nuestro camino histórico, sobre los logros compartidos de los que habríamos de sentirnos orgullosos. Puede responderse con cinismo, y despreciar todo nacionalismo como una suerte de hooliganismo venido a más. Podemos también ser indiferentes.

Pero cuando pienso en estos temas recuerdo al colombiano en el extranjero. En especial aquella o aquel compatriota que está sola, abriéndose camino en una lengua ajena. No es fácil estar lejos de la familia, de los amigos, de los símbolos que tomamos por sentado. Nunca podré menospreciar el orgullo nacional de una persona en estas condiciones. He visto que en ocasiones da fuerza para seguir. Incluso inspira.

Así que es un tema complejo. Si me preguntan si siento orgullo de ser colombiano probablemente diga que no, pero a veces una respuesta así puede también ser una modalidad del privilegio.

Twitter: @santiagovillach

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Juan(82042)19 de diciembre de 2020 - 12:57 a. m.
De puta mierda, ser Colombiano es difícil y engañoso. Además es ser un personaje ajeno en un desierto de criminales, primero la clase política.
Francisco(82596)18 de diciembre de 2020 - 10:03 p. m.
(sigue) Pero el orgullo hay que merecerlo y hoy estamos muy lejos de ese merecimiento. Pueblo indolente, incapaz de reaccionar ante tanta ignominia, ante tanto crimen, ante tanta hipocresía, ante tanta injusticia. No, no podemos estar orgullosos. Solo cuando hayamos luchado hasta la extenuación y aunque seamos derrotados, podremos estar orgullosos. Mientras tanto, nos queda "Serenata", el lamento.
Francisco(82596)18 de diciembre de 2020 - 09:59 p. m.
Hola, amigos. Delicado el tema del orgullo patrio. A mí me suena ridículo lo del orgullo gay. Basta la aceptación propia. ¿Pero orgullo? ¿Por qué? Yo hablaría de contento, alegría. Pero hoy es un gran compromiso ser colombiano. Hace rato que nos miran mal y con razón. País violento, de políticos corruptos, complaciente con el delito. Sus grandes hombres o son asesinados o condenados al silencio .
UJUD(9371)18 de diciembre de 2020 - 09:49 p. m.
Porqué en ciertas columnas no dejan ver los comentarios? Señores EE, qué explicación hay ?
Ewar(6960)18 de diciembre de 2020 - 06:03 p. m.
A mi me vale huevo la nacionalidad, me habría dado lo mismo ser colombiano o de la cochinchina.
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