Es víspera de la Independencia. No hay banderas, ni siquiera hay trapos rojos. La gente está cansada hasta de los clamores. Ahora el encierro está hecho de resignación y miedo, ya no estamos recién bañados frente al virus, estrenando una máscara y una mueca. El espectáculo de la ciudad vacía ya no asombra las ventanas, la expectativa frente a un nuevo tiempo se ha convertido en una neurosis colectiva de acusaciones y aplicaciones. La mayoría de quienes están afuera no ejercen un desafío sino una obligación. Viven o trabajan en la calle, en las orillas, en las sombras de los puentes, en las cunetas de las canalizaciones, bajo las carpas en los “parques de consumo”. Los retornos que marcan los cambios de sentido de las autopistas, las orejas de los puentes que nos llevan en otra dirección son para ellos las paradas, los espacios para templar el plástico y parquear la carreta. Viven en las sobras de las calles que ahora brillan distinto.
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Rabo de ají
El otro encierro
22 de julio de 2020 - 05:00 a. m.
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