El otro virus

María Teresa Ronderos
14 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Hay otro virus mortal en Colombia que no hemos podido erradicar. Es diferente al coronavirus porque es más mortífero para los jóvenes que para los viejos. Pero se parece en que ataca a quienes se unen en acciones colectivas. Últimamente se ha ensañado contra los habitantes de algunos departamentos, en especial los de la costa Pacífica.

Lo hemos estudiado. Cientos de científicos lo han viviseccionado y han escrito miles de documentos sobre su comportamiento. Lo hemos debatido públicamente mucho más que el COVID-19. De este mal criollo, todo colombiano se siente experto y su posición sobre cómo solucionarlo es tan firme que incluso llega a pelearse con quien no la comparte.

Lo hemos medido caso a caso. En los primeros tres meses de este año, el coronavirus había matado a 16 personas y de nuestro virus colombiano ya habían muerto 62, aunque solo 36 de estos eran casos confirmados, según una fuente confiable porque toma los datos directo desde el terreno.

Ni siquiera la cuarentena lo ha detenido. Desde que esta se decretó, le costó la vida a dos personas en La Macarena, a una en Puerto Santander, otra en Putumayo y a una más en Antioquia. El 21 de marzo cayó una señora de 68 años en el Meta y el 23, dos jóvenes del Cauca.

No contagia igual que el corona, pero casi siempre da aviso previo a quien le costará su vida. Si la persona cree que está en riesgo (o sus familiares) puede llamar a las autoridades, pero no son muy efectivas en responder y no siempre se salva. Así pasó en el Cauca: de los 100 hombres y mujeres que mató el año pasado, casi la mitad habían dado la alerta de que podían morir.

Este pasado miércoles, por ejemplo, el señor Agudelo, de El Tambo, dio aviso a las autoridades de que podría ser víctima del mal porque le cayó la amenaza. Yo lo repito aquí a ver si alcanzan a salvarlo.

No se expande tan rápido como el virus importado, pero sí preocupa cómo está creciendo, después de que creímos haberlo metido en cintura a fines de 2016. Dejó 208 muertos en 2017 y en 2019 mató a 250, pero dejó en grave riesgo a 800 más.

Como con el coronavirus, cada vez que ataca o pone a alguien en riesgo de muerte, todos a su alrededor entran en pánico, se encierran y se tapan la boca. Del mismo modo, los que tienen a la muerte más cerca son quienes están en primera fila intentando detenerla. Pero no es tan arbitrario como el corona, pues sólo ataca a los mejores ciudadanos.

Hay otra diferencia fundamental: para enfrentar el corona, todos hemos puesto de nuestra parte en pro del bien común y compartimos la urgencia de buscarle una solución al problema. También privilegiamos la protección de los más vulnerables. Siendo un fenómeno mundial, el COVID-19 además le ha forzado la mano al poder nacional para que invierta masivamente en cuidar la vida.

Mi esperanza es que pongamos en práctica lo aprendido en un mes largo de pandemia para encontrarle la vacuna a este otro virus endémico colombiano, al que sucumben cada vez un número mayor de ciudadanos ejemplares.

Mi esperanza es que el corona nos lleve a apreciar más sus vidas, a entender mejor la zozobra permanente de quienes están en su mira.

Mi esperanza es que el poder político y económico descubra que acabar este otro virus, el del asesinato de líderes sociales, es más sencillo que el enorme esfuerzo que le ha requerido la pandemia. Sólo le falta ponerle algo de voluntad.

 

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