Hace poco una pasajera viajaba desde Bucaramanga hacia Panamá. Después de pasar los controles migratorios y detectores de metal en la pequeña sala internacional del aeropuerto Palonegro, se le acercó una teniente y le dijo: “Esta es una selección al azar y la vamos a requisar… ¿está usted embarazada?”. La pasajera, un poco confundida, contestó que no, que no lo estaba. De inmediato, un policía hombre la condujo a un cuarto apartado en donde le ordenaron pararse encima de una máquina. Cuando la máquina terminó de sonar, la pasajera entró al cuarto aledaño y vio que, sin siquiera consultarle, ni explicarle, le habían tomado una radiografía de cuerpo completo.
La imagen del policía mirando fijamente la foto de su cuerpo desnudo la hizo sentir humillada y violentada. Especialmente porque no había ninguna sospecha que justificara esa toma. De hecho, la imagen comprobó que no había nada ilegal dentro de su cuerpo. Eso sin contar con que, por problemas de salud, la pasajera llevaba recibiendo una gran cantidad de radiación y le hubiera gustado saber que iba a recibir gratuitamente otra nueva tanda. Pero lo más preocupante de todo, lo que su cabeza comenzó a maquinar, es qué hacen con esos registros visuales de cuerpos desnudos. ¿Existe acaso un protocolo para deshacerse de ellos cuando no hay nada que incrimine a los pasajeros?
El incidente no es aislado y no se reduce a las radiografías. El personal de Copa, la aerolínea en que la pasajera viajaba, le corroboró que las quejas por abusos de este tipo en el Palonegro de Bucaramanga son numerosas. En otra ocasión, de la cual también hay testimonio, otra pasajera oyó a uno de los policías decirle a su compañero: “Por favor, ayúdeme con algo para poder joderlo y que no pueda viajar”. ¿A qué se referirá con “algo”? No sorprende que ya sean varios los pasajeros que prefieren viajar por Bogotá, en donde consideran que la policía es menos hostil y más profesional, así esto les represente un trayecto adicional (incluso en pandemia).
El caso del Palonegro debe alertarnos sobre el cheque en blanco que se le ha girado a la policía migratoria en el mundo. El tráfico de drogas y la infructuosa lucha para erradicarlo, los atentados terroristas del 11 de septiembre y ahora el coronavirus han excusado la creación de centenares de protocolos de seguridad. Y a mayores permisos, mayores abusos. Viajar es normalmente una experiencia difícil; abandonar un país, entrar a otro, las alturas, los niños, las conexiones, los mareos, los nervios, las madrugadas, son todas realidades extenuantes. La policía migratoria debe ser nuestra aliada, nuestra ayuda, no una fuente adicional de miedo y angustia.
Como siempre, porque así suelen concluir las historias, los cuerpos tradicionalmente marginados y oprimidos terminan siendo los más ultrajados. Un amigo trans, que no se ha hecho ni le interesa hacerse una mastectomía, me cuenta que en casi todos los aeropuertos del mundo no sólo lo mandan rutinariamente a rayos X, sino que después le suelen hacer un humillante “toqueteo” insistiendo en la zona de sus senos. ¿En serio? Pero como las luchas se dan una a la vez, no estaría de más que les pidamos a los santandereanos que, por favor, pongan su grano de arena e investiguen las múltiples quejas contra la policía migratoria de su ÚNICO vuelo internacional.