El peligro del ecofascismo

Catalina Ruiz-Navarro
09 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Con las cuarentenas a nivel mundial hemos visto muchos ejemplos de cómo varios ecosistemas empiezan a limpiarse gracias a que han bajado los niveles de contaminación humana, desde las playas colombianas hasta los canales de Venecia, en donde hasta volvieron a nadar delfines. Y si bien es cierto que esto debe llevarnos a reflexionar sobre cómo la contaminación que producimos los humanos es nefasta para el planeta, muchas personas han llegado a una conclusión falsa: que el coronavirus ha sido algo “positivo” y que la humanidad es una “plaga”. Primero, es cruel y desalmado decir que un virus que al 5 de abril ha matado 80.759 personas, con seres queridos y sueños, y que seguirá matando a muchas más, es algo “bueno”. Segundo, es una conclusión que imagina a la humanidad como algo que está por fuera u opuesto a la naturaleza, cuando en realidad somos parte de la naturaleza e interdependientes con todas las formas de vida.

La ecologista Mariana Matija publicó en su cuenta de Instagram la siguiente reflexión: “Una especie que se repite a sí misma que es una plaga y que merece desaparecer difícilmente podrá superar ese estado destructivo. Tenemos la posibilidad de hacer todo lo atroz y todo lo bello, como la naturaleza misma. Cuando nos despreciamos, despreciamos una parte de la naturaleza y nuestra capacidad de proteger(nos) y también regenerar(nos). Seguir reforzando el lugar común de ‘somos una plaga’ solo aumenta el desdén y con el desdén aumenta la indiferencia y la sensación de que es más fácil desaparecer (que no requiere esfuerzo) que cambiar (que sí lo requiere). Tal vez lo que necesitamos es perdonarnos, aprender a querernos (como especie) y dejar de despreciarnos. Y así, en el proceso de entendernos como seres complejos, entenderemos mejor nuestra interdependencia y sabremos coexistir con el planeta que amamos y del que somos parte”.

Es una reflexión muy valiosa porque precisamente ese desdén por la vida humana nos ha llevado muchas veces al ecofascismo, en donde se discrimina y desprecia la vida de algunas personas con la excusa falaz de salvar el planeta. Los gobiernos autoritarios han empezado a equiparar ese “controlar el virus” con controlar a la población, y ya hemos visto varios ejemplos de hipervigilancia estatal, negación de derechos y estados de excepción. Ya los nazis habían usado el discurso de conservación de la naturaleza para atacar a migrantes y a la comunidad judía, y con el slogan “sangre y tierra” popularizaron un nacionalismo racista disfrazado de “amor por la madre tierra”. Hace poco, en Francia, Marine Le Pen, cabeza de un partido populista de ultraderecha, quiso proponer una supuesta “nueva ecología patriótica” que buscaba la exclusión racista de migrantes. El año pasado, el supremacista blanco Patrick Crusius hizo un ataque terrorista contra mexicanos en un Walmart de El Paso, Texas, que dejó a 22 personas muertas y 26 heridos, escudado en un supuesto discurso ambientalista. Creer que las cuarentenas forzosas son “una bella oportunidad para reflexionar y que el planeta respire” es un discurso racista y clasista, porque las personas más vulnerables, que viven al día, poco podrán reflexionar si se están muriendo de hambre, en cambio las clases más acomodadas sí pueden hacer una “pausa para reflexionar”, en parte porque su riqueza viene de las grandes multinacionales y corporaciones, que son las que más contaminan y que probablemente saldrán invictas de la recesión económica.

Los discursos ambientalistas son importantes porque, a diferencia del capitalismo neoliberal, ponen en el centro la conservación de la vida. Usarlos para justificar la muerte, la discriminación y el exterminio de las personas es ecofascismo del más ramplón y cruel, y es un discurso en el que no podemos caer.

@Catalinapordios

 

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