No tiene nada de increíble que, en una misma semana, al personaje del que trata este artículo se le atraviese un niño de 12 años, en la playa, y le diga: “usted fue un mal presidente”. Y que, acto seguido, el increpado le suelte un discurso vehemente recordándole que él apenas estaba naciendo cuando él iniciaba su gobierno y que la mala educación que recibió de parte de sus profesores le impidió aprender cuáles fueron sus logros, en los que va a perseverar “para que Colombia no caiga nunca en la izquierda extrema”. Al tribuno de playa lo aplaudió con euforia un gentío con chalecos blindados que conformaba su esquema de seguridad y que salió detrás de él —del personaje, no del pelado—, quedándose este último atónito frente a la aparición que acababa de contemplar. En realidad el que recibió malas clases, de aritmética, sobre todo, fue el personaje, porque si el preadolescente tiene ahora 12 años, las cuentas permiten concluir que llevaba dos años apenas de haber abandonado el vientre de su madre cuando el señor que acababa de echarle su discurso alucinante dejaba atrás para siempre el palacio al que desde entonces ha querido volver.
Obsesivo el personaje con su idea de la educación, la misma semana, desde una de sus fincas aumentada con tierras que se auto-adjudicó siendo presidente, envió un tuit con algo que se le vino a la cabeza en un rapto de inspiración: que los jóvenes deberían pagar en servicio militar los costos de la universidad. Posiblemente seguía sin olvidar al muchacho samario que había cuestionado su gobierno, y deseaba que ese muchacho fuera pobre y necesitara de la educación pública, razón por la cual obligarlo primero al regimiento le resultaría muy formativo. Literalmente mataría dos pájaros de un tiro.
La educación ha sido tema recurrente para el partido del personaje: hace un año, una senadora de su bancada propuso un mecanismo de financiación educativa al debe —desde primaria hasta universitaria—, consistente en descontar el 20 % del salario durante diez años a quienes se gradúen como profesionales.
Las cabañuelas se empecinan en recordarnos que estamos en año bisiesto: el Inpec, por artes del personaje, y con ayuda de minjusticia, hizo “limpieza” en la Picota, pero solo mostró el “tesoro” de horrores que encontraron en la celda del testigo estrella contra Uribe, Luis Guillermo Monsalve: dos computadores, dos teléfonos, una botella de whisky y dos canciones. Están desencriptando éstas a ver si son de despecho o reguetón.
Semana develó un centro de “chuzadas” manejado por el Ejército. Un verdadero déjà vu que señala al personaje como la eminencia gris inevitable en ese inframundo de las escuchas subrepticias. Repite Iván Cepeda como espiado, pesadilla del investigado, y debutan Roy Barreras y Antonio Sanguino. En el reparto, le dieron papel a la “magistrada” Lombana como “chuzada”, para disimular.
Y para terminar mal, hasta el viernes 17 se completan 21 asesinatos de líderes y lideresas sociales, indígenas, afros y excombatientes de las Farc. Hoy, lunes 20, puede haber aumentado esa cifra, a ver si algún día se alcanzan “los muertos pendientes” de los que habla el personaje.