El planeta de los autócratas

Marcos Peckel
26 de marzo de 2019 - 10:00 p. m.

Si hace unos años los incuestionables líderes de Europa eran Angela Merkel y Emmanuel Macron, que pretendían fortalecer la Europa unida, democrática y liberal, los  que  hoy disputan el trono del viejo continente son Víctor Orban, premier húngaro, y Mateo Salvini quien como Ministro del Interior cerró los puertos italianos a las embarcaciones de refugiados, convirtiéndose así en el político más popular en la bota.

Orban,  a quien se le atribuye el sugestivo término “democracia iliberal” se ha convertido en el referente de gran parte de la población europea que detesta a los emigrantes, lo políticamente correcto, a Bruselas por sus imposiciones alejadas del sentir de la gente  y sufren una crisis económica que ha dejado a millones rezagados.   

Haciendo el mejor uso de las herramientas que otorga la democracia, autócratas de todos los pelambres están con pasmosa habilidad política, eliminando elementos sacrosantos del sistema democrático, comenzando por la división de poderes, cooptando el poder judicial y  restringiendo los medios tradicionales. Han creado grandes comunidades virtuales con “bodegas”, “community managers” y otras especies de la fauna digital desde las cuales desatan los demonios del odio racial, religioso, étnico, homofóbico y otros.    

La llegada de Donald Trump al poder ha sido un vendaval para las dictaduras del globo entero, con la excepción de Nicolás Maduro, el único autócrata al que Washington le ha caído con todo, faltando únicamente la opción militar, que no sabemos realmente si está o no  sobre la mesa como repite el neoyorkino. Para su anunciado abandono del teatro sirio, Trump acudió al presidente turco, Recep Tayyip Erdogán, sepulturero de la democracia turca mientras que continua la era de esplendor para  las satrapías en el Medio Oriente, representadas en los Ayatolas persas, Bin Salman, triturador de periodistas y el faraón Al Sisi.   

La primavera democrática que estuvo viviendo el mundo desde el final de la guerra fría, la del “final de la Historia” de Fukuyama, que democratizó a América Latina, Europa del Este y países en Asia y África, está dando paso a una primavera del dictador, cuyos rayos solares son irradiados desde Moscú y Pekín al planeta todo. 

La democracia no es necesariamente el sistema natural que toda la humanidad desea. Si bien el ser humano ansía la libertad, igualmente importantes son, al decir de Fukuyama, la seguridad de su familia, tribu, pueblo o nación y esta última la puede proveer con mayor vigor un líder fuerte conectado con su pueblo a través de  los temores, ansiedades y “libertades controladas”. 

Las mayores democracias del tercer mundo, India,  Brasil y México han elegido líderes de ese corte: Modi, Bolsonaro  y AMLO, con amplio arraigo popular, que promueven un discurso nacionalista extremo, excluyente de ciertas minorías, que rechaza las  “imposiciones de afuera”, lo políticamente correcto y en quienes reposa en buena parte la salud de la democracia global, pues esta parece estar quedándose sin sus defensores de oficio, lo que alguna vez fue Occidente.   

 

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