El planeta inhóspito

William Ospina
24 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Lo único que no se puede negar hoy en el mundo es la amenaza del calentamiento global. Se diría que todo el que se atreva a negarla tiene que tener una agenda oculta.

Basta leer El planeta inhóspito, de David Wallace-Wells, para entender que lo que está pasando es mucho más grave de lo que han dicho las advertencias más pesimistas. Todos los liderazgos políticos y culturales del planeta deberían estar encabezando un movimiento de dimensiones históricas para cambiar nuestro modelo de civilización frente al consumo de combustibles fósiles, la alteración del equilibrio natural y la destrucción del vínculo entre el ser humano y el resto de la naturaleza.

Es asombroso que haya quien lo niegue. Pero sorprende más que esa negación inexplicable no aparezca a nivel de los sectores marginales y menos ilustrados, sino entre quienes detentan los grandes poderes planetarios. Que el presidente del país más culpable de las emisiones de gases niegue el cambio climático, y se alce de hombros ante sus consecuencias, parece el cumplimiento de un designio suicida de dimensiones casi mitológicas. Nunca el poder político desnudó de un modo tan siniestro su carácter inhumano y su indiferencia con la suerte del mundo.

Y sin embargo nada era más previsible. La política de Donald Trump sólo puede entenderse como expresión de la locura de los contaminadores y de los alteradores del clima, que ya no pueden esgrimir ningún argumento frente al daño gigantesco que está obrando este modelo de civilización, esta manera de vivir y de consumir. Solo les queda negarlo con cinismo y desafiando toda evidencia. Incapaces de admitir que el inmenso negocio del consumo de combustibles fósiles debe cesar, prefieren hundir el acelerador de un proceso que pondrá a la vida entera a las puertas de la aniquilación.

Es verdad que ahora todo depende de los ciudadanos. Pero todavía los poderosos están en condiciones de asesinar el sueño de la vida en el mundo. Hemos construido una realidad tan absurda que si Donald Trump es reelegido, los cuatro años siguientes llevarán a la alteración irreparable de las condiciones mínimas para la vida como la conocemos, y pondrán a la especie humana a las puertas de su propia extinción.

Claro que al cabo de cuatro años los Estados Unidos darían uno de sus acostumbrados virajes. Los electores de Estados Unidos sólo obedecen al efecto del péndulo. En estos tiempos de desorientación e incertidumbre ya es costumbre que pasen de un extremo al otro en la elección de sus gobernantes.

Cuando George Bush ocupaba la presidencia, emprendía su cruzada demencial contra los países árabes y encendía las guerras inextinguibles del Medio Oriente, nadie habría imaginado que para reemplazarlo los Estados Unidos iban a elegir a un hombre negro con nombre árabe. Y cuando Barack Obama mandaba en la Casa Blanca, lo único que nadie habría predicho, ni siquiera Homero Simpson, es que el electorado elegiría a Donald Trump. Hace cuatro años esa posibilidad era apenas un mal chiste. Increíblemente, ese hombre gobierna hoy a los Estados Unidos desde su impredecible cuenta de Twitter.

Claro que después de dos gobiernos de Donald Trump, una Norteamérica súbitamente consciente del horror desatado elegiría a Bernie Sanders o a Alexandria Ocasio-Cortez, y se aferraría a una desesperada agenda verde para intentar parar en seco la carrera desenfrenada del actual modelo energético. Pero ya sería demasiado tarde.

Donald Trump no solo representa las patadas de ahogado de un modelo de energía condenado a desaparecer. Representa algo más: la incapacidad de los consumidores para advertir que este modelo de vida derrochador, vanidoso e insensible es un peligro para el mundo.

Trump representa el esfuerzo de un sector de la humanidad por no ver lo que pasa y no advertir sus causas verdaderas. Descargar la culpa del malestar cósmico en los inmigrantes, en los pobres, en los trabajadores, en la periferia, es más cómodo que asumir que una sociedad del consumo suntuario, de la emisión de gases, de la transformación de todo en basura, está socavando los fundamentos de la historia.

No solo somos animales de costumbres, sino casi invulnerables a las razones y a las advertencias. Parece que sólo podemos creer en los hechos cumplidos, y para aceptar que el mundo corre peligro de quebranto necesitamos tener al frente la evidencia del fin del mundo. Como si sólo pudiéramos pensar en frenar cuando ya hemos dado un paso en el vacío del abismo.

Todavía hoy es posible detener la catástrofe: sus graduales alteraciones del clima y del equilibrio natural, sus inundaciones saladas sobre los litorales y los valles fluviales, sus mutaciones de gérmenes y virus, el exterminio de los insectos polinizadores y la extinción de las especies, las hambrunas crecientes y las pandemias súbitas, el paulatino y doloroso enrarecimiento de las condiciones de la vida en un planeta que siempre fue su nicho ideal. Un planeta que diseñó nuestro organismo para unas temperaturas, unos aires y unos alimentos que estamos dejando atrás sin consideración.

La política se ha ido convirtiendo en una instancia irresponsable, incapaz de ser consciente de la situación del mundo y de enfrentar sus desafíos. Parece hablar en un dialecto irreal, como si se hubiera quedado en otra época o en otro mundo. La humanidad empieza a sentir que va a tener que mirar hacia otra parte para buscar su camino.

Justo cuando la vida nos está exigiendo un nivel superior de conciencia y una inmensa capacidad de decisión, la humanidad parece atrapada por los peores discursos y seducida por los desplantes más irrisorios. Donald Trump está allí, en el lugar más visible de la historia, tal vez para que nos preguntemos a nosotros mismos si todavía pertenecemos al orden de la tragedia o si ya sólo formamos parte de una farsa siniestra.

Porque es en momentos como estos cuando se conoce el metal del que está hecho nuestro destino. El mayor poder del mundo parece estar en las manos de un farsante lleno de sonido y de furia, y es así como la historia nos advierte que ya sería hora de situar el poder en otra parte.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar