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El poder de la palabra

Hernando Roa Suárez
15 de diciembre de 2010 - 10:09 p. m.

Cuánto anhelo que escribir sea un acto que permita la profundización de nuestra humanización.

Pleno de experiencia, calidad literaria y vocación democrática, Mario Vargas Llosa es un escritor que en su discurso del 7 de diciembre del presente, revisa cuidadosamente su pasado y su vida de escritor para darnos, en pleno siglo XXI, un testimonio magnífico como lector, escritor y fabulador.

Al recibir el premio Nobel de Literatura, nos legó una versión que, a manera de grandes trazos autobiográficos, permite que el mundo conozca su evolución, luchas, búsquedas, éxitos y el espíritu creativo de un excepcional latinoamericano, comprometido radicalmente con los ideales de la libertad y los presupuestos de la democracia.

El nuevo Nobel es un ciudadano del mundo que habiendo disfrutado, especialmente, Europa y América Latina cuestiona incisivamente los crímenes del nacionalismo y reconoce los valores constructivos del patriotismo. Su obra nos habla de “la pasión, vicio y maravilla que es escribir” y en párrafo sintetizador sostiene: “Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma – la lectura y la escritura – lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dikens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada”. Asimismo, reconoce haber leído a “Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros”. Y agrega: “En los libros descubrí que, aún en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera solo porque sin la vida no pudiéramos leer ni fantasear historias”.

Revisando su intervención, encontramos que, amén de consideraciones literarias significativas, es una apología a la libertad de pensamiento y a la organización democrática de gobierno. No transige con los regímenes fascistas, nacional-socialistas o colectivistas de corte soviético o chino. Ni tampoco “con todas las dictaduras de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes de Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid del África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y más adelante complementa: “Una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de generaciones demorando la reconstrucción democrática”.

De la lectura reflexiva de la totalidad de su aporte podemos concluir que, en buena hora, este peruano, inmortalizado por su literatura, nos entrega un discurso que puede ser objeto de un serio trabajo psicoanalítico que mostraría la apasionante evolución de un pensante latinoamericano en búsqueda de libertad, justicia, pluralismo, equidad e imaginación creadora.

P.S. Para los lectores de la columna, mil gracias por sus comentarios a lo largo de 2010, y mis mejores deseos por un 2011 pleno de realizaciones.

roasuarez@yahoo.com

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