El poder de las palabras

Camilo Camargo
15 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Hace muchos años, el padre Alfonso Llano escribió un artículo en el que contaba una historia de un maestro que estaba hablando en un auditorio sobre el poder de las palabras cuando uno de los asistentes le dijo: “Lo que usted dice no tiene ningún valor”. El maestro lo oyó con atención y poco después de que el asistente terminara su intervención le gritó con mucha fuerza: “¡Cállate y siéntate, estúpido idiota!”. El asistente se llenó de furia y empezó a responder airadamente, y el maestro lo interrumpió y le dijo: “Perdone, caballero, le he ofendido y le pido perdón; acepte mis más sinceras excusas y sepa que respeto su opinión, aunque estemos en desacuerdo”. El señor se calmó y le respondió al maestro: “Le entiendo, y también le pido disculpas y acepto que la diferencia de opiniones no debe servir para pelear, sino para mirar otras opciones”. A esto, el maestro le sonrió y respondió: “Perdone usted que haya sido de esta manera, pero así hemos visto todos, del modo más claro, el gran poder de las palabras. Con unas pocas palabras le exalté y con otras pocas le calmé”.

Recuerdo que el padre hacía una reflexión en su artículo sobre la huella indeleble que dejaban las palabras, con un efecto positivo o negativo. En esa época, llevé el artículo impreso a mis estudiantes de octavo, de quienes era el director de grupo, y tuvimos una larga conversación sobre el impacto que tiene lo que decimos y cómo lo decimos.

Esto fue hace más de 15 años, cuando la polarización en nuestro país no estaba tan acentuada como lo está ahora y cuando el insulto no tenía la inmediatez y el alcance que tiene ahora a causa de la era digital y las redes sociales. Estos insultos no solo atentan contra las posiciones, sino también contra las personas, contra su autoestima y su dignidad. Se puede destruir a una persona en un segundo y el impacto causado no tiene vuelta atrás.

Hoy en día la reflexión sobre el poder de las palabras es aún más importante, pues la polarización del país está en uno de sus puntos más altos a causa de los anuncios de Iván Márquez. Es común encontrar en redes sociales insultos de grandes calibres, solo por estar a favor o en contra del proceso de paz o por seguir a uno u otro político. Al oír y leer estos insultos, recuerdo el artículo del padre Llano y reflexiono sobre el impacto colectivo que está teniendo la manera como nos comunicamos.

Una sociedad que está en proceso de reconciliación tiene un camino aún más largo por recorrer si expresamos nuestras posiciones por medio del insulto, la grosería y la descalificación personal. Y no se trata de estar de acuerdo en todo. No, como sociedad cada quien tiene derecho a sus creencias y posiciones personales. Lo que pasa es que si una persona cree algo diferente, eso no lo hace un hijue… ¿Cómo hemos llegado al punto donde mi creencia me hace merecedor de algún insulto?

Es ahí donde la escuela y la familia tienen un papel determinante. Si nosotros, los educadores y padres de familia, no les enseñamos a nuestros alumnos e hijos a comunicar sus posiciones de manera respetuosa, va a ser muy difícil sostener una sociedad en la que todos podamos construir. La anhelada paz arranca en esas interacciones cotidianas, con miembros de la familia, con amigos, conocidos y con las personas con quienes interactuamos día a día. El rol de los adultos está en sembrar amor en vez de odio, en enseñar a oír activamente, a entender otras posiciones y a expresar las propias de manera cuidadosa con los demás.

Es el momento que seamos conscientes de nuestras palabras para estructurar mejor nuestras ideas enfocadas en la construcción y no en la destrucción. A través de la reflexión podemos llevar un proceso de paz interno que, aunque sea independiente del que se negoció en La Habana, es fundamental para establecer una verdadera paz y garantizar la construcción de un mejor país

 

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