El poder y las volteretas de Uribe

Catalina Uribe Rincón
16 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

La novela de Dario Fo sobre Lucrecia Borgia reflexiona sobre el temperamento del tirano. El libro contrasta la personalidad de Lucrecia con el carácter despótico y arbitrario de su padre, el papa Alejandro VI. Un momento memorable de la novela narra la impotencia de Lucrecia cuando su padre manda a asesinar a Alfonso de Aragón poco tiempo después de haberla obligado a casarse con él. Los hombres de su familia, se queja Lucrecia, tienen el fastidioso hábito de cambiar de planes después de haberlos puesto en marcha.

Tales cambios pueden ser estratégicos y Alejandro VI sin duda lo era. Pero hay algo de despliegue de poder cuando se hace patente que no hay compromiso ni con la propia palabra. Algunos poderosos en Colombia se comportan de manera semejante. La manera casi caprichosa en la que el expresidente Uribe renunció al Senado de la República para luego retractarse de su decisión y la forma en que reversó su apoyo a la consulta anticorrupción muestran el comportamiento naturalizado de quien se acostumbra a ser la última fuente de autoridad.

Lo interesante de los cambios de parecer es que tienen un doble efecto: evidencian que la persona lo puede hacer y publican que lo está haciendo. Converge, en últimas, la estrategia política con la estrategia de comunicación. Para ser poderoso hay que parecerlo y los cambios que dicen “porque puedo” afianzan la fuerza de quien se puede dar el lujo de actuar por fuera de lo pactado. Se aprovechan, además, de la confusión que generan cuando las cosas no son como se esperaban.

No hay nada nuevo en tal comportamiento. Algunos padres lo utilizan con sus hijos. Dicen una cosa y luego la otra dejándoles claro que su parecer es lo único que vale. Los jefes “patrones” actúan igual con sus empleados manteniéndolos con miedo y zozobra. Cambiar de opinión es muchas veces necesario. Pero hacerlo porque sí y sin justificación es una forma de construir relaciones de subordinación. Sobra decir que la subordinación ni educa, ni construye equipo, ni forma país. Del desconcierto sólo queda la inacción y si algo necesita Colombia es moverse.

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