El presidente ¿está o no con el Estado de derecho?

Cecilia Orozco Tascón
12 de junio de 2019 - 08:00 a. m.

La obsesión del presidente con la sobredimensionada figura de Jesús Santrich empieza a parecer un factor enfermizo de su personalidad: cuando tiene un micrófono a mano, le resulta imposible no mencionar ese nombre. Y como si el estado psicológico del mandatario estuviera alcanzando niveles compulsivos, alude al exguerrillero, además, con una repetitiva exigencia de su captura inmediata, recaptura inmediata, extradición inmediata y hasta de sanción disciplinaria inmediata. Tal cual lo hacía el “juez” Uribe quien en sus tiempos de popularidad absoluta ordenaba a la policía detener a los individuos que él señalaba en su consejos comunales, sin pasar por ningún juicio, solo a la voz del amo. Como Maduro.

Ni siquiera cuando toma aire fresco en el exterior Duque puede zafarse de su fantasma. El lunes pasado, apenas saliendo de la Casa Rosada, en Buenos Aires, y en lugar de referirse a asuntos internacionales de interés continental o siquiera bilateral, salió, otra vez, con su peleíta interna, la que les interesó un bledo a los periodistas argentinos: “... alias Jesús Santrich es un mafioso...”. Irrefrenable, Duque sentenció: “A mí me parece que ese video comprueba que Santrich es un mafioso... Yo también espero que, dado que la Procuraduría está pidiendo que se (le) capture..., pues también que, con la evidencia que existe, la propia Procuraduría suspenda del ejercicio del cargo a esa persona” (ver). Hace 15 días, en un escenario completamente distinto, organizado para hablar de acceso a la salud, educación y bienestar de los colombianos, el presidente recayó en su adicción. Entonces dijo, sin explicar qué tiene que ver el exmiembro de las Farc con las EPS: “Alias Jesús Santrich es un mafioso y las evidencias que conoce el país son las de un mafioso que estaba negociando el envío de un cargamento de cocaína... y con evidencias también nuevas se procedió hace pocos días a su captura en unos hechos que claramente ocurrieron después de la firma de los acuerdos...” (ver). En mayo de 2018, el candidato Iván Duque se encontraba en campaña para la Presidencia. Pero ya mostraba síntomas de su enfermedad emocional. Entonces aseguró: “Para mí, Jesús Santrich es un mafioso; fue capturado como mafioso y debe ser extraditado como un mafioso que es...” (ver). Ningún otro tema ocupa la mente del mandatario: el curso de la economía que altera al Banco de la República, la alta tasa de desempleo, la violencia callejera, en fin...

Pero, bueno, la reiteración temática no pasaría de ser una anécdota o, mejor, un episodio preocupante por sus implicaciones en la salud del mandatario y en la del país con un timonel tan centrado en un solo colombiano y tan desentendido de los 45 millones de ciudadanos restantes del país, si no fuera porque cuando Duque acusa, juzga y condena a Santrich a cárcel o a extradición sin haber sido vencido en un juicio formal, se está llevando de calle el Estado de derecho. Y esto sí nos incumbe a todos porque significa que el presidente de la República está propiciando un golpe a la democracia.

Judicialmente, la decisión de extraditar o no a Santrich se encuentra en revisión, en la segunda instancia de la JEP, jurisdicción que lo cubre, en principio, por el Acuerdo de Paz. En el Consejo de Estado se revisó su estatus de congresista y en dos de sus instancias se mantuvo su investidura, motivo por el cual se pudo posesionar como representante a la Cámara. Y la Sala Penal de la Corte Suprema asumió la investigación por los hechos presentados por la Fiscalía después de la recaptura del procesado y decidió dejarlo en libertad mientras lo oye en indagatoria. Significa que las cortes están haciendo su trabajo de acuerdo a los códigos de la justicia. Nadie, ni Santrich ni sus enemigos, puede presionar a los jueces para que fallen más rápido, más fuerte o más suave de lo que indican las leyes preestablecidas. Los ánimos exaltados del jefe político de Duque, quien llamó a marchar contra las decisiones de la otra alta corte del país, la Constitucional, ensucian aún más el ambiente político contra el Estado de derecho. Si Iván Duque aún no se ha percibido de la gravedad del momento que se vive, no por Santrich que no tiene, por Dios, la importancia que se le da, hay que preguntarle: señor presidente, ¿usted es o no es un demócrata? No por ser elegido popularmente se mantiene ese sello: hay que merecerlo con sus actos. Aquí no queremos un Maduro del otro lado.

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