El primer año del odio

Lorenzo Madrigal
05 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Vienen ahora los resúmenes, los porcentajes, la estadística. Diecisiete y medio muertos menos; la educación, la ayuda económica por familias, los 50.000; las jornadas semanales, en imitación de Uribe, cuando regañaba a sus ministros y escuchaba las despavoridas denuncias de los que iban ser asesinados, a los que el Gobierno no alcanzaba a proteger. Se sumará la aprobación del presupuesto y la reforma tributaria y demás cosas del corriente de cualquier gobierno y de todos los gobiernos. La economía, vista por unos en pro y por otros en pérdida.

No hay para qué resumir el año olvidando lo sustancial, lo que está de relieve, lo que ni siquiera es obra ni culpa del Gobierno: el odio enconado que despertó el inicio de una nueva administración que contradijera lo que dejó establecido y blindado por tres períodos el señor Santos, hombre poderoso como pocos, disimuladamente encarnado en su corta figura, su elegancia social, su cortesía engañosa.

Es un fenómeno que un gobernante perpetúe su obra de gobierno, estableciendo como norma pétrea su peculiar sentido de la paz por 12 años inamovibles. Hombre de centro, inclusive de derecha, se entregó para su gloria personal y su consagración histórica a la más extrema izquierda: pactó acuerdos en la isla de Fidel Castro, dictador comunista como ningún otro lo ha habido en el continente, sus garantes de paz más favorecían a la contraparte negociadora que a su gobierno; su amistad con el vecino fue obsecuente, a sabiendas de que ahí se refugiaban los combatientes contra el país que negociaba con ellos.

Es lo que ha acontecido en el año. Unos funcionarios luchando por defender el mandato popular que los eligió, pues no lo tomaron por la fuerza ni traicionando a sus electores.

Un año de odios, de polarización no conocida por las recientes generaciones, en que se invita a la conciliación y en ese mismo supuesto y en esa misma invitación se incluyen frases y palabras contra la parte llamada a conciliar. Se convoca a protestar contra asesinatos en serie, que saltan por un lado y por otro de manera incontrolable, y se incluye la acusación a los contrarios como factores sugeridos de esos crímenes.

Lo que se vive es una negación completa de la democracia: primero, el candidato del 2010 desarrolló un programa opuesto al que votaron sus electores; en segundo lugar, hecho presidente, le impuso a la ciudadanía unos términos de paz que esta, consultada, rechazó en su totalidad. Gente de mala fe democrática, suele decir que el error del presidente fue preguntarle al pueblo si aceptaba unos términos de paz, que incluían atropellos a la Constitución. Que mejor hubiera sido proceder y no preguntar. Y tercero, lo que vemos: que se baten banderas de odio, de inconformidad y rechazo a la alternativa de mando que las urnas impusieron.

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