Carlos Jiménez Gómez, quien acaba de fallecer a los 90 años, fue un procurador sui géneris, tanto por la manera como fue electo, como por su controvertida gestión. Era el gobierno de Belisario Betancur y el mandatario envió la terna a la Cámara para elegir al jefe del Ministerio Público, integrada por Fernando Hinestrosa, Pedro Gómez Valderrama y Alfonso Reyes Echandía. El primero, rector del Externado, renunció por sus obligaciones profesionales y académicas. Entonces me comentó: “Ahora sí soy ex ternado”.
El presidente, para llenar la vacante, incluyó, de relleno, a Carlos Jiménez Gómez, abogado antioqueño, amigo de bohemia y de aguardiente de Betancur y del maestro Fernando Botero, con quienes departían en fondas paisas. Como Gómez Valderrama y Reyes Echandía no eran dados a buscar votos con los parlamentarios, Jiménez, ni corto ni perezoso, se fue a hacer lobby en el Capitolio con un par de amigos que conocían a la clase política porque habían sido abogados de varios de ellos en procesos electorales y penales, y para asombro de todos salió elegido. Tanta fue la sorpresa del presidente Betancur que llamó a Jiménez no a felicitarlo, sino a pedirle que declinara su elección. Por supuesto y por su puesto, no atendió la gentil solicitud.
Hizo Jiménez una procuraduría controvertida, tanto que el presidente Betancur, ante los hechos cumplidos, le dio una misión: viajar a Panamá para investigar el robo del Banco de la República por parte de Roberto Soto Prieto (eso decía el decreto de la comisión), pero la realidad era que iba a entrevistarse con el cartel de Medellín, encabezado por Pablo Escobar. Al encuentro asistió, también invitado por Betancur, el presidente López Michelsen. Los “capos” ofrecieron pagar la deuda externa colombiana con tal de que los perdonaran.
La reunión no condujo a nada y quedamos sin conocer mayores detalles porque, como ahora se acostumbra, todos los testigos están muertos.