El pseudofeminismo de Miss Universo 2017

VICE
06 de diciembre de 2017 - 04:30 a. m.

Por Nathalia Guerrero Duque - VICE*

Ahora este lavado machista del feminismo le tocó al “reinado universal de la belleza”, el que solo acepta un prototipo de esta, de manera tajante.

“Esto va para los perdedores, yo he estado ahí. Sigan trabajando, métanle toda la pasión que puedan porque podrían presentarse ante miles de personas gritando que tú eres la campeona”.

A muchos les pareció enternecedor hasta las lágrimas esta declaración que hizo Laura González, actual señorita Colombia, durante el evento anual de Miss Universo, que se celebró el pasado domingo 26 de noviembre en Las Vegas, Nevada. Laura se refería a sus épocas de adolescencia, cuando era gorda y sus compañeros la matoneaban por su peso.

Ahora es flaca, y se encontraba en Miss Universo, triunfando ante millones de espectadores con su sonrisa y sus costillas asomándose. Divina. Era un mensaje vivo de superación, de empoderamiento femenino, ese que se vio a lo largo y alto (no ancho) de todo el reinado.

Pocos saben que Miss Universo nació en 1952, más de treinta años después de que inició Miss América, el primer gran concurso de belleza en el mundo, en 1920. En este año, el dueño de un hotel en Atlantic City reunió a varios hombres de negocios con la idea de dinamizar la economía. La idea resultó siendo sentar a 350 ‘damas’ hermosas y jóvenes a la vista de muchos hombres, lo cual resultó siendo un éxito económico total al punto de que todos querían invertir e imitar esta especie de concurso en sus territorios. El resto es historia.

Otros pocos sabrán otro hecho irónico: ese mismo año, 1920, fue el mismo en el que las mujeres estadounidenses obtuvieron su derecho al voto.

El mensaje de Laura fue solo uno de los muchos testimonios de empoderamiento femenino de esa noche. Mujeres ingenieras, biólogas, químicas y militares que hablaban sobre ser una mujer poderosa y sobre cómo dividir el tiempo entre sus carreras y ser la mujer más linda de su respectivo país. Más bien, no dividirlo, sino entregarlo completo a dietas absurdas, horas excesivas de ejercicio al día, maquillaje, peinado y clases de “buen comportamiento”, o al menos el comportamiento que esperan los señores del reinado de nosotras, esos mismos que estaban en 1920 y que siguen ahora, con sus ojos fijos en las dos horas que dura el reinado.

Y mientras miraba la pantalla, como ellos, me preguntaba lo mismo que muchas: si estas eran mujeres tan inteligentes, capaces, fuertes, empoderadas de sí mismas, agentes de cambio y todo lo que pregonaban, ¿por qué habían elegido ser reinas y montarse al escenario en bikini para que las aplaudieran y les calificaran sus medidas? ¿Qué cambio estaban generando estas mujeres sonriendo montadas sobre unos tacones de la misma manera que llevaba haciéndose desde hacía casi cien años?

Sin embargo el cambio discursivo de la edición de este año era evidente. Más que nunca, el evento intentaba lavarse esa mancha que había crecido los años anteriores, infundada en parte por el movimiento feminista, que rechazaba con cada vez más ahínco la celebración anual de tres medidas para un cuerpo ultra normado de mujer y la búsqueda de aplausos y aprobación a partir de una belleza definida por un canon patriarcal.

Y, de manera ingeniosa, los del reinado se lavaron esta mala fama con el mismo discurso feminista, es decir, apropiándose de él. Ese mismo que ha cogido fuerza en tantas industrias, algunas adoptándolo de manera genuina, algunas no tanto. Los mensajes que me bombardeaban no eran fortuitos entonces: eran los intentos desesperados de uno de los bastiones del machismo occidental por remar en estos tiempos modernos y, cada vez, más conscientes.

Entonces, ¿son realmente feministas estas concursantes? Participantes que solo pueden participar hasta los 27 años, que no pueden tener esposo ni hijos ni mucho menos pueden ser trans porque qué horror. Participantes que tienen que hacer lo posible y lo que no para lograr esas tres medidas, el famoso 90-60-90, las tres puntadas que nos enterraron a los cuerpos de las mujeres desde hace tantos años y que muchas no han podido desencrustarse del cerebro.

Para ellas sí, sí son feministas. Son feministas porque el concurso les permite subirse a una plataforma para dar un mensaje, pero solo el mensaje que ellos quieren que den. Y pueden contar sus historias de vida para inspirar millones de mujeres jóvenes, pero no tanto, para que esas mujeres jóvenes no se alebresten de a mucho. Y también pueden ser agentes de cambio, siendo embajadoras de los valores y visiones del reinado y lo que significa este alrededor de todo el mundo, durante todo un año.

Un pseudofeminismo, un feminismo patriarcalizado. Ese mismo que nos proponen las tiendas de ropa, las de productos de belleza, la industria discográfica y demás: eres una mujer empoderada y dueña de ti misma, en cuanto consumas lo que te vendemos y en cuanto no te pases de la raya que te estamos dibujando. Y muchas se siguen sintiendo cómodas con eso.

Ahora el lavado pseudofeminista le tocó al “reinado universal de la belleza”, el que solo acepta un prototipo de esta, de manera tajante. Me recuerda al concurso de belleza peruana de este año, donde las mujeres en vez de decir sus medidas, soltaban cifras de feminicidios en este país. Un lavado más obstinado, pero lavado al fin y al cabo.

Así que sí, muy lindo el discurso empoderador de Laurita, pero hasta ella se consideraba una “perdedora” por ser gorda, luchó con todas sus fuerzas para no serlo y ahora es una virreina universal, perpetuando la visión de una sociedad que va a seguir matoneando a otras perdedoras. Triunfó, sin duda.

El Espectador reproduce esta columna de opinión en el marco de la alianza de medios con VICE. Vea el artículo original aquí.

 

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