El quiebre del orden económico

Eduardo Sarmiento
19 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.

La economía lleva cuatro años al vaivén de la vulnerabilidad externa. La economía, que creció en el pasado al 4,4 % y en algunos años se aproximó a crecimientos de 7 %, se convirtió en un fardo que crece al 2,5 %. No se cumplió la predicción de que la globalización traería mayores tasas de crecimiento de la producción y el empleo.

La globalización giró en torno a las teorías que señalaban que el mercado volvía de la tasa de interés el apoyo de los bancos centrales, mantendría el balance entre el ingreso nacional y el gasto y armonizaría la relación con el resto del mundo para asegurar la financiación de los déficits en cuenta corriente. Así, los movimientos de tasas de cambio inducidos por las tasas de interés se encargarían de que los países tuvieran acceso a los mercados internacionales.

El marco de referencia cambió drásticamente en los últimos 10 años, cuando las tasas de interés mundial llegaron a cero. Dejó de existir el mecanismo automático que iguala el gasto con el ingreso nacional y, más grave, que armoniza los déficits en cuenta corriente con los superávits del resto del mundo, es decir, el acceso a los mercados internacionales para financiar los faltantes. Los bancos centrales no tienen poderes suficientes para igualar el gasto con el producto nacional. Por su parte, las tasas de cambio flotantes perdieron la efectividad para coordinar las balanzas de pagos de las naciones. Se ha regresado al marco de mediados del siglo pasado en que las economías de mediano desarrollo operaban con exceso de ahorro y estrechez de balanza de pagos.

La mayor decepción es el sistema de tasas de cambio flotante. No se cumple el dogma de que es igual e incluso mejor tener déficit en cuenta corriente, porque los países pueden gastar por encima de lo que producen. Lo que se ha visto desde la recesión de 2008 es que los países que operan con cuantiosos déficit en cuenta corriente se precipitan en crisis. Así les ocurrió a Estados Unidos, a los países periféricos de Europa y ahora a los países emergentes.

La lección se aprendió y todos los países buscan operar con superávit en cuenta corriente por diferentes caminos. Los más incisivos han sido los países más desarrollados. La injerencia de Estados Unidos y Europa en las tasas de cambio mediante la adquisición de títulos del tesoro y en las prácticas comerciales por medio del sistema tributario y los TLC configuró una estructura en la que un amplio grupo de países emergentes opera con cuantiosos déficits en cuenta corriente, que significan financiamientos inaccesibles.

En el grupo aparecen Turquía, Italia, Grecia y varios países de América Latina, como Argentina, México y Colombia. No tienen más alternativa que aplicar políticas fiscales contractivas para reducir las importaciones y mantener el déficit en cuenta corriente en línea. Las economías quedan abocadas a excesos de ahorro que deprimen la producción y el empleo y acentúan el desequilibrio mundial. Así, en Colombia, el déficit en cuenta corriente se sostiene con un déficit fiscal inferior al déficit en cuenta corriente y financiado con títulos de ahorro.

La verdad es que la tasa de interés cero y el excesivo influjo de los países desarrollados dejaron sin piso el orden económico internacional basado en la trilogía de banco central autónomo para fijar las tasas de interés, austeridad fiscal y tipo de cambio flexible. Los bancos centrales no tienen suficientes poderes para nivelar el producto nacional con el gasto, y la organización cambiaria y comercial no asegura la financiación de los faltantes externos. La alternativa es un nuevo orden económico basado en un banco central coordinado con la política fiscal, regulación armónica de los tipos de cambio y aplicación abierta de políticas industriales y comerciales selectivas.

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