El arte y la cultura

El recital de Grosvenor

Manuel Drezner
19 de junio de 2019 - 02:00 a. m.

La presentación del pianista Benjamin Grosvenor en su recital del Santo Domingo.

Es una buena credencial que un artista incluya en su programa Kreisleriana, de Schumann, y la Sonata inconclusa, de Janacek, para mostrar que se trata de alguien que no hace concesiones. Ese fue el caso del pianista Benjamin Grosvenor en su recital del Santo Domingo, quien hizo un programa con grandes obras que además tenían el atractivo de no oírse con frecuencia en conciertos.

La Kreisleriana, que el mismo Schumann consideraba una de sus obras preferidas, es una inmensa fantasía dramática basada en un personaje del gran poeta alemán Hoffmann y sus ocho movimientos son una emocional interpretación de las sutilezas que contiene la obra literaria… Es una pieza llena de contrastes y de no fácil asimilación, pero que acaba siendo una experiencia musical de alta categoría. La versión que hizo Grosvenor fue meditativa, acentuando las características dramáticas de la obra, de manera que no solo fue la oportunidad de oírla, sino también de poder escucharla con sus refinamientos intactos.

Visiones fugitivas, de Prokofiev, también figuraron en el concierto de Grosvenor, pero, en forma inexplicable, solo tocó una docena de las veinte viñetas que imaginó el compositor. Claro está que cada una de las partes de la obra tiene vida individual, pero el haber tocado la obra completa solo hubiera agregado un cuarto de hora al programa, de por sí corto. De todos modos, el pianista hizo justicia a lo que tocó, así algunas de las partes más populares de la composición fueran omitidas.

La primera sonata de Leos Janacek, de la cual se perdió el tercer movimiento, es una obra llena de rabia, ya que fue hecha en memoria de un amigo muerto en unas manifestaciones que buscaban dar prelación a la cultura checa, que estaba tratando de ser borrada por el Imperio austro-húngaro. El pianista transmitió muy bien ese sentimiento y fue bueno poder escuchar esta interesante creación.

En cuanto al final, un pastiche de Liszt alrededor de temas de Bellini, nunca me he podido explicar la razón por la cual los pianistas insisten en incluir en sus programas esas obras superficiales y llenas de banalidad. En una época cuando por no existir discos o radio, la única manera que la mayoría podía conocer óperas era por medio de estas transcripciones a las que daban el hermoso título de reminiscencias, recuerdos, reflexiones o algo similar y que en últimas solo servían para que el virtuoso de turno, en este caso Liszt, mostrara su técnica. Como se trata de obras sin ninguna importancia musical y que en nuestros días no tienen justificación, no se entiende esta tendencia que ojalá fuera dejada atrás.

mdrezner@disonex.com

 

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