El resentimiento social

Santiago Villa
26 de febrero de 2018 - 09:00 p. m.

El problema más grave de Colombia —junto con la inoperancia de la justicia— son sus relaciones de clase. El país está agobiado por una segregación social que es pasto para el narcotráfico, la criminalidad y otros males más cotidianos y extendidos, como la aridez cultural propia de las sociedades demasiado estratificadas.

Esta semana tuve dos conversaciones que se terminaron tocando en torno al resentimiento social.

La primera fue con una persona de mi familia, mayor que yo, sobre Gustavo Petro. Mi interlocutor dijo que le temía a Petro porque era un resentido social.

Pregunté qué era un resentido social. 

"Una persona que quiere perjudicar a los ricos", respondió. "Las políticas de Petro", siguió explicando, "manipulan a los pobres para lograr su verdadero objetivo, que es atacar a los ricos".

Pedí un ejemplo. La persona citó el plan, cuando era alcalde de Bogotá, de crear vivienda de interés social en los barrios adinerados. Había calado como una amenaza. A mí en su momento la propuesta me pareció risible. No imaginaba qué familia de escasos recursos quisiera vivir en un barrio donde los precios de supermercados, restaurantes y actividades de ocio superaran con creces las del barrio del cual se hubiesen mudado. ¿Hasta dónde tendrían que ir, por ejemplo, sus hijos para asistir a la escuela? La idea, más que peligrosa, era ingenua. 

¿Pero era propia de un "resentido social"?

Cambié el ángulo de la conversación. Le pregunté a mi interlocutor si no pensaba que hablar de "resentidos sociales" denotaba cierto clasismo.

Hubo un momento de incomodidad. "Tal vez", dijo, más impacientado que acorralado, "pero acabar con el establecimiento no ayuda a nadie, y Petro quiere acabar con el establecimiento". O sea, Petro es anti-establishment. Sin quererlo, mi interlocutor le dio a Petro un mote que por estos días otorga cierta distinción.

Ahora, dejemos a Petro de lado. Diré sólo que me parece un pésimo gobernante, más por fallas de su carácter que de ideología. Me interesa más este término de "resentido social" y su relación con el clasismo.

Tan ingenuo como pensar que juntar a ricos y pobres en el mismo barrio acabará con el clasismo es pensar que los resentidos sociales no existen. En muchos países del Primer Mundo, por ejemplo, los resentidos votan por la ultraderecha. Son los racistas. Las personas que piensan que los inmigrantes les están quitando los empleos. Los xenófobos que alzan la bandera de Trump o Le Pen.

Y es por eso que las dos conversaciones que tuve esta semana se tocaron.

La segunda persona con quien hablé fue una amiga que vive en Canadá y viajó hace poco a Bogotá. Me dijo estar impresionada por el nivel de xenofobia hacia los venezolanos que inmigraron a Colombia, pues había escuchado muchas quejas. La gente decía que los venezolanos les quitaban el trabajo a los colombianos.

Ajá. Resentimiento social. 

Pero estas personas no eran pobres, ni de izquierdas, ni mamertas. Eran egresados de colegios bilingües y universidades privadas, que se abrían campo en el difícil (sí, difícil) terreno de la burguesía bogotana. Igual, resentidos sociales. 

El problema, entonces, es más complejo y extendido de lo que parece. Clasismo y resentimiento social no son mutuamente excluyentes. Colombia es un país donde las relaciones sociales son tóxicas. La violencia de las guerrillas y paramilitares, y la movilidad social (o ilusión de movilidad) que ofrece el narcotráfico no ha hecho sino complicar las cosas.

Colombia es una cultura del resentimiento social. La envidia por quien tiene más éxito y prestigio, y la idea de que no lo merece, no es exclusiva de los sectores que votan por la izquierda. Eso no es de Petro. Es también de los uribistas, los liberales, los verdes. Lo tenemos todos. 

¿Petro es un resentido social? Puede que sí. Es lo de menos. Petro vendrá y se irá. Lo que queda es la mentalidad enfermiza de clase, y de eso no nos va a salvar ningún presidente. Ni el más virtuoso ni el más resentido.  

Twitter: @santiagovillach

 

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