El retorno de Mahatir

Eduardo Barajas Sandoval
28 de mayo de 2018 - 10:00 p. m.

Son pocos los políticos que consiguen volver al poder, aunque nunca pueden estar seguros de que la memoria ciudadana ha olvidado sus defectos y sus virtudes. Con todo, en su óptica del mundo siempre se creen no solamente vigentes sino indispensables. Pareciera que un ánimo inevitable de redentores e intérpretes supremos de las necesidades y obligaciones de su pueblo les lleva a creer que todos los tiempos son buenos para el ejercicio de la misión ineludible de la que se consideran encargados por el destino.

Conocedor profundo del alma de su pueblo, carismático, visionario, obstinado, ingenioso, autoritario, y convencido de su capacidad inagotable de predecir y señalar el camino a seguir, Mahatir bin Mohamed ha vuelto al poder en Malasia a sus noventa y dos años. Ahora es el jefe de gobierno, elegido democráticamente, más anciano del mundo. Lo mismo de sorprendente es que lo ha hecho luego de derrotar a la coalición política a cuyo nombre había gobernado anteriormente, por veintidós años, hasta 2003.

La vida independiente de Malasia, que comenzó al final de los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo XX, estuvo dominada al cierre de ese mismo siglo precisamente por el médico Mahatir, que en el curso de su vida política pasó más tiempo en ejercicio del mando que en el de la oposición, en la que se vino a estrenar hace unos años en contra de su sucesor en el poder, Abdullah Ahmad Badawi, a quien había escogido a dedo. 

Durante ese mandato anterior, Mahatir consiguió darle un impulso ostensible, con crecimiento hasta del ocho por ciento, a ese país de características geográficas, culturales y raciales muy peculiares. Las primeras, en cuanto una parte de su territorio se extiende a lo largo del sur de la Península Malaya, y la otra, seiscientos kilómetros mar de por medio, ocupa el norte de la isla de Borneo, que comparte con Indonesia y encierra a Brunei. La confluencia de nativos y de inmigrantes de otros países asiáticos se encarga del resto.  

Indudablemente, bajo el gobierno de Mahatir Mohamed la Federación de Malasia se convirtió en un país de particular significación económica y política en el conjunto asiático y en el mundo islámico. En ambos escenarios el gobernante malasio ejerció un liderazgo consecuente con el que, con mano férrea, mantuvo en el interior del país, a través de un drástico estatuto de seguridad y del manejo de las principales palancas del poder, con una acumulación ostensible de funciones, acompañada de limitaciones a las otras ramas del poder, e inclusive de las prerrogativas de la monarquía. 

Desde la tribuna de la Conferencia Islámica Mahatir ejerció la palabra para fustigar las equivocaciones del mundo occidental, tanto en el campo económico como en el manejo de las relaciones con los países islámicos. En esa condición pasó una vez por Bogotá y recibió todo tipo de venias y elogios, sin que nadie se percatara de que tres días antes había pronunciado en Kuala Lumpur una de las diatribas más resonantes en contra de nuestros “mejores aliados”.

La actitud de Mahatir hacia propios y extraños trajo consecuencias dramáticas en la vida política interna. Una de ellas fue la caída en desgracia de su esperado sucesor, Anwar bin Ibrahim, que en 1988 se atrevió a competirle por la jefatura del partido de gobierno y terminó en la cárcel luego de una combinación de acusaciones por corrupción y supuesto comportamiento homosexual, considerado como delito en ese país machista y homófobo. La ruptura con su socio, fogoso líder estudiantil de otra época, cooptado y ascendido hasta el cargo de vice primer ministro, antes de ser brutalmente denostado, marcó el tono de la controversia política malasia con ingredientes cruzados de amistad, disputas, alianzas políticas, lealtades y traiciones.

Mahatir pretendió conservar y manejar los hilos del poder a través de otras personas, con las que terminó en serio distanciamiento político. Por eso terminó saliéndose de su alianza histórica de la Organización Nacional de los Malayos Unidos, a su vez parte de una coalición llamada Barisan, y hace poco resolvió fundar el Partido Indígena Unido de Malasia, que vino a formar parte de otra coalición, Pakatan Rakiat, cuya jefatura, desde la cárcel, había ejercido hasta ahora el mismo Anwar Ibrahim, a quien el viejo - nuevo Primer Ministro acaba de beneficiar con la libertad, por medio de perdón del Rey que el mismo antiguo acusador fue a pedir como favor para conseguir la gobernabilidad en la que quiere apoyar su nueva oportunidad de mando. 

Ahí está entonces un primer ministro de más de noventa años con la carga y el compromiso de darle al proceso de desarrollo del país un nuevo impulso. Mientras los jóvenes lo ven como un abuelo, que gobernó cuando ellos todavía no habían nacido, quienes le conocieron saben bien que su genio y su figura para nada han cambiado. De ahí que observen, en unos casos con ilusión y en otros con reservas, la nueva edición de un mandato cuyo protagonista ojalá haya aprendido las lecciones del pasado. 

Como el único que ha retornado al escenario no es Mahatir, sino que también lo ha hecho Anwar, vuelven a asomar luces para unos, y fantasmas para otros, en la disputa por el futuro de Malasia.  Por ahora, todo lo que queda demostrado es que no existen límites de edad para el ejercicio del liderazgo político, ni para el manejo de las responsabilidades propias de un gobierno. Y que ni las amistades ni las rupturas de jefes políticos jamás son definitivas,

También quedan demostradas la fuerza de la obstinación que invade a los políticos para mantener viva la ilusión de cumplir con el objetivo que llevan en el pecho, como es la del ejercicio de poder desde el cargo más alto, y por el mayor tiempo posible, además de la relatividad de las alianzas políticas y del apego a credos, las mutaciones de la conciencia y de la conveniencia, y la condición efímera de las alianzas entre protagonistas de la vida pública, que en el ejercicio del arte del acomodamiento combinan una inverosímil capacidad para ostentar, traicionar, ocultar y también enmendar. 

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