El rol de pastel

Isabel Segovia
20 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

El tema trillado y banal de la chaqueta de María Juliana, la esposa del presidente, obliga a pensar en el rol que se espera ella asuma: el de primera dama. En este país, ser pareja del presidente parece que obliga a asumir funciones que no están escritas, ni son remuneradas, pero al parecer son irrenunciables. Debe acompañar al mandatario, salir en la foto, sonreír a la cámara, ser elegante, simpática, saber entretener, conversar con las otras primeras damas y ojalá hablar, al menos, inglés. Debe también saber de educación, niñez y juventud y además asumir la responsabilidad de trabajar en al menos uno de estos temas.

Volvamos a la chaqueta. Burlarse y reírse de los demás es una acción común, una práctica que separa a los seres humanos de los animales. Si bien no siempre se usa de manera apropiada, mofarse de una pinta no es una herramienta exclusiva para menospreciar a las mujeres. En este caso, fue contra el atuendo de una, pero no olvidemos cuando nos burlamos del frac de Uribe, de Santos en calzoncillos o de los Ferragamo de Petro. Lo que no se entiende es por qué para defenderla de las burlas se refieren a sus cualidades profesionales y humanas. Nada tiene que ver ese acto fútil e inapropiado con sus credenciales como persona. Claro, podemos decidir si somos partícipes del chiste y hacemos eco del mismo. En este caso, pienso que fue ridículo e inadecuado.

Lo de resaltar de esa visita no fue la pinta de María Juliana, sino lo que la superficialidad de ese asunto tapó: la afirmación de Trump sobre la posibilidad de traer a nuestro país tropas estadounidenses para una posible invasión a Venezuela. La insinuación es una grave amenaza a nuestra soberanía y una absurda idea para resolver la crisis del vecino país, y que ni Duque, ni María Juliana reaccionaran en contra de la misma sí nos debería preocupar y convocar a todos los colombianos.

Esto nos lleva al punto original. La denominación de primera dama es absurda, tanto que si la pareja fuera hombre no sabríamos como llamarlo, ¿primer caballero? En las anacrónicas monarquías existe el rol de reina madre o príncipe consorte, función remunerada a la que se puede renunciar, como lo hizo el príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel II del Reino Unido. Pero la primera dama colombiana no parece poder darse ese lujo. Eso sí, debe renunciar a su carrera o congelarla para dedicarse a acompañar a su marido y a desarrollar un tema, normalmente relacionado con la niñez, que solo por asumirlo está siendo menospreciado ya que parece no merecer ser tratado por la institucionalidad, sino por un cargo y una oficina que no existen: los de la primera dama.

Con esto no se pretende demeritar las credenciales, la experiencia o las cualidades humanas de María Juliana, y mucho menos irrespetar la buena labor que, dentro de las circunstancias, han realizado algunas de las anteriores primeras damas. Lo que se busca es que reflexionemos sobre un rol, hasta este punto casi exclusivo de las mujeres, que es a todas luces degradante. Ojalá la primera dama deje de serlo, siga con su profesión, acompañe a su esposo a lo que quiera, opine cuando le parezca y se vista como le guste. Si eso llegara a pasar, le haría un gran favor a las futuras parejas de nuestros mandatarios y la conoceríamos por lo que es y no por lo que se espera que sea.

 

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