El sabor de la ortodoxia

Gonzalo Hernández
24 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

La política económica colombiana ha transitado, por muchas décadas, los senderos trazados por los paradigmas más ortodoxos. Ha priorizado las estrategias que promueven la estabilidad macroeconómica sobre las estrategias que podrían darle al país alguna posibilidad de un despegue significativo de sus tasas de crecimiento o de una reducción agresiva de los altos niveles de desigualdad.

El país no sufre grandes crisis que pongan en riesgo la operación del Estado –con hiperinflaciones o recesiones profundas–. Pero tampoco es testigo de grandes transformaciones en la estructura productiva que generen mucho más empleo e inclusión y movilidad social.

El nuevo gobierno fue elegido para mantener el país en ese sendero. En principio, no sería muy difícil. El recetario de la estabilidad macroeconómica está escrito para legos. Tiene la gracia culinaria de una sopa en la que todo va a parar en la olla. Se agregan, sin mucha coordinación: regla fiscal, tasa de cambio flexible, inflación objetivo y algo de acumulación excesiva de reservas internacionales. Los chefs –dirigentes de las políticas monetaria y fiscal– son bien evaluados mientras la sopa no se queme. Y si la sopa no se pega, pueden incluso ser nominados como el mejor ministro de Hacienda o el mejor banco central de América Latina. Lo mejor de todo es que el plato sale en dos versiones: con algo de proteína para los comensales de más altos ingresos y riqueza, e insípido para los más pobres. Afortunadamente, estos últimos no son de paladar muy exigente. Con la pobreza y la desigualdad controladas en sus “justas proporciones”, no se presentan amenazas serias a la estabilidad del Estado. Los cocineros siguen siendo los mismos.

A pesar de que la receta ha sido usada por varios gobiernos, Duque y el Centro Democrático podrían volver la cocina un despelote. La inflación objetivo, la tasa de cambio flexible y la acumulación de reservas internacionales están en manos del Banco de la República –blindado por un buen grado de independencia–, pero el cumplimiento de la regla fiscal es tarea principal del gobierno. Si el nuevo gobierno insiste en una reforma tributaria tipo Trump, de populismo de derecha, con menos impuestos para los más ricos, solo le quedarán las siguientes salidas: incrementar el déficit fiscal y la deuda, aumentar los impuestos pagados por la clase media, reducir el gasto social o vender parte de las empresas públicas (Ecopetrol). En cualquier caso, en un horizonte de gobierno de solo cuatro años, Duque enfrentaría un fuerte desgaste político y podría dejarle una situación complicada a su partido en las elecciones de 2022.

El populismo de derecha les va a complicar la receta ortodoxa. Imagino, entonces, que intentarán mitigar el impacto del desorden poniendo una pizca de todo. Así esperarán que no pueda culparse ni a la pimienta ni a la sal.

Coletilla. Aunque se da por descontado que el gobierno moverá la agenda del Congreso, la oposición puede hacerlo también. ¿Cuál será la agenda legislativa de la oposición en materia económica? Es cierto que el primer movimiento lo hará el gobierno electo con su reforma tributaria. No obstante, como en ajedrez, el juego para las negras se pone interesante cuando logran asumir la iniciativa. ¿Usarán bien estos cuatro años para mostrarse como una alternativa de gobierno? ¿Veremos una oposición con proposición?

Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).

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