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El sapo al revés

Ignacio Zuleta Ll.
04 de junio de 2012 - 10:27 p. m.

En Colombia, ser sapo había sido siempre despreciable, y con razón. El sapo era lambón, chupa, soplón y entrometido. En tiempos más recientes, significó ser informante del Gobierno, de la mafia, de la guerrilla o de la pandilla.

El sapo estaba de antemano condenado a muerte. Pero ahora resulta que si un buen ciudadano trata de ser correcto, se convierte en sapo, o dicho en rolo, en anuro batracio hijo de meretriz.

Así que el buen vecino es un sapo al revés. La mitad de los colombianos hoy en día señalarán de sapo y de bastardo al pobre tonto que trate de hacer las cosas al derecho. Porque si antes, muy ilusos, decíamos que los buenos eran más y los malos no tantos, el postulado definitivamente ya no es cierto. Usted será un sapo hijuetantas si se le ocurre hacer la cola y pedir que la respeten, denunciar un delito, atravesar la calle por la cebra peatonal, evitar el bloqueo del cruce en un semáforo, decirle al motociclista que descienda de la acera, pedirle al conductor de la buseta que le baje al radio y, la peor, recoger a un herido atropellado, pues significa lío judicial, aparte del insulto del que lo atropella. Porque en este país, decía un filósofo, toda buena acción tiene castigo inmediato.

No se necesita ser ni sociólogo ni psicólogo para saber que el enfermo social que hemos forjado es fruto del conflicto y de la repartición inadecuada de la enorme riqueza que tenemos. Si le añadimos los valores consumistas, en los que quien tiene más dinero es superior, y el ejemplo de las clases dirigentes que han saqueado el país de manera rapaz y descarada, el resultado es obvio: un individuo primitivo, amargo, agresivo, arribista y egocéntrico que no puede reconocer que existe “el otro”, pues ni siquiera tiene conciencia de sí mismo. Y como no vio Historia Patria en el colegio, no entiende su pasado. Así se cumple la profecía de Menéndez y Pelayo: “pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte”.

Pues en verdad este nuevo espécimen colombiano, nieto de muchas generaciones de violencia, hijo de desplazados y enriquecido por padrinos traficantes, es el amo y señor de estos terrenos y no comete errores y no los reconoce, porque él, en su alma, es la guerra que no tiene leyes. Como dice un informe de Médicos sin Fronteras, “nadie es un civil en este conflicto, todo el mundo es considerado un potencial informante o colaborador”. Y como se compensan las carencias con pistolas y se sufre de paranoia permanente, ¿cómo no darse el lujo de decirle ¡sapo! al que se atreve de algún modo a incomodarlo a uno?

Corren tiempos difíciles y densos para un sapo al revés. El dolor de los maltratos nos puede contagiar de rabia y de impotencia en un descuido. Sería bueno ceder astutamente, incluso retirarnos. Pero la retirada, como bien lo aconsejan los libros sapienciales, no puede ser huida; no podemos dejarle el terreno al enemigo. Habrá que seguir trabajando “en lo pequeño”, en cultivar el alma y amar a los cercanos.

* dharmadevaopinion@gmail.com

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