Notas al vuelo

El secreto mejor guardado

Gonzalo Silva Rivas
19 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

La convulsionada situación de Venezuela sazona una profunda crisis que se extiende a todos los aspectos de su cotidianidad. Desde lo institucional y lo financiero hasta lo social y el orden público. Su economía se desploma en caída libre y su otrora promisoria industria turística, que hacia finales del siglo pasado prometía ser un estratégico soporte de divisas para enfrentar las oscilaciones en los precios del petróleo, se encuentra literalmente por los suelos.

Desde hace década y media el flujo de viajeros locales se ha reducido dramáticamente y son cada vez menos los visitantes extranjeros que asumen el riesgo de recorrer este vecino y bello país, dotado de inmensos recursos naturales, y al que alguna vez —hacia comienzos de los años 70— se promovía exitosamente como “el secreto mejor guardado del Caribe”, dadas las ventajas comparativas de su potencial turístico.

La intensa actividad petrolera —que supera el 95 por ciento del total de ingresos nacionales— ha cerrado el espacio a la priorización de otros sectores industriales y económicos, entre ellos el turismo, renglón que tradicionalmente se destaca más por sus condiciones de mercado emisor que receptor. La falta de desarrollo, de planeación y de mantenimiento de sus ventajas competitivas le han restado importancia a la sustentabilidad, y la oferta, aunque baja, se desenvolvió en sus mejores tiempos gracias a los procesos de devaluación de la moneda local.

El descenso del turismo arranca desde 2001, cuando se marcaba récord con la presencia de 800 mil visitantes. Luego de permanente volatilidad sus últimos repuntes se dieron en 2012 y 2014 con registros ligeramente parecidos. Desde entonces poco se sabe de cifras formales. El rubro dejó de contemplarse en las investigaciones oficiales, y la falta de información y de resultados comerciales inclina la percepción de los empresarios hacia una baja considerable de la corriente turística, provocada por el prolongado y caótico trance interno. 

En el Informe de Competitividad Turística de 2015, elaborado por el Foro Económico Mundial, Venezuela ocupaba el sótano del turismo receptivo en Suramérica, junto con Paraguay, Surinam y las Guyanas. En el escenario mundial se descolgaba hasta el puesto 114 entre 140 naciones, por debajo de Albania, Kuwait, Nicaragua y El Salvador, destinos de escaso desarrollo en el mercado. Sus ingresos turísticos, por US$550 millones, representaban casi la séptima parte de los obtenidos por Colombia, que entonces intentaba superar, en los diálogos con las Farc, uno de sus varios eslabones de violencia, responsables también del restringido acceso de nuestra propuesta turística en el portafolio global.

El año pasado el presidente Maduro incluyó al turismo dentro de los “15 motores” que impulsarían la economía, pero la promesa se quedó en veremos ante los complejos problemas políticos y sociales y la falta de acciones para el mejoramiento de la infraestructura. La pretensión de tener como meta para 2019 un flujo de dos millones de visitantes extranjeros y de elevar la participación del PIB del 3 por ciento de 2015 al 9 por ciento se esfuma con el agravamiento institucional.

La imagen internacional de Venezuela sigue rebotando hacia atrás. En el mundo poco se habla de sus atractivos paisajes y de su favorable tasa de cambio, que bien pudiera estimular la presencia de viajeros, sino del drama diario de sus habitantes, de los problemas de orden público, la violación de los derechos humanos, las expropiaciones y las guerras sicológicas y económicas.

La inseguridad callejera, sin embargo, se configura como el peor referente. Suman varios los turistas extranjeros victimizados durante hechos criminales y, como la mayoría de la población, sometidos a la escasez de productos básicos, a los atropellos de las autoridades y a los riesgosos enfrentamientos públicos entre régimen y opositores, como los que seguramente se verán hoy al celebrarse sus 207 años de revolución. Día a día la tozudez de su presidente para abrir caminos de diálogo aumenta la presión y cierra las fronteras.

El turismo venezolano anda de capa caída. La pérdida de conectividad aérea, consecuencia de la drástica disminución de frecuencias y sillas ocurrida desde hace un par de años a causa de la elevada deuda que el Gobierno tiene con las aerolíneas, ha sido otra sombra en el horizonte.  La nostálgica época de esplendor de los años 70 terminó para la hermana República Bolivariana. “El secreto mejor guardado del Caribe” ya no es su exuberante potencial turístico, sino la compleja trama de un porvenir cuyo desenlace no está del todo ‘maduro’.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

 

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