El senador Robledo y el impuesto a las bebidas azucaradas

Cartas de los lectores
21 de diciembre de 2016 - 02:49 a. m.

En más de una ocasión, en El Espectador he sido satanizado por oponerme al impuesto a las bebidas azucaradas –a las gaseosas, en términos corrientes–, acusándome de razones que no he expresado y silenciando mis argumentos. Un pésimo estilo, sin duda.

El debate no es si el consumo en exceso de azúcar hace daño, al igual que el de grasas, harinas y carnes embutidas, que parecieran no preocupar al gobierno. Eso está demostrado. Lo que se discute es qué hacer, y en especial si un nuevo impuesto indirecto es una real solución al problema de salud en juego y qué otras implicaciones tiene aumentarlo. También se aducen impactos negativos a los tenderos, la industria y el empleo. Y sobre todo esto hay controversias, que son naturales.

Pero el centro de mi oposición es una sola, que por norma evaden los partidarios de crear un nuevo impuesto, que se suma a los existentes, de 300 pesos por litro, tributo con el que el gobierno recaudaría alrededor de un billón de pesos. Y consiste en que ese billón lo pagarían, fundamentalmente, los sectores populares y las clases medias bajas, es decir, los más pobres de Colombia, pago que tendrían que hacer reduciendo más su ya muy precario consumo en otros bienes, incluidos los alimentos más nutritivos. Y ese billón de pesos se le sumaría a los ocho billones en que aumentarán el resto del IVA y los impuestos a los combustibles, todos indirectos, todos regresivos, en tanto se reducirán los tributos, principalmente, a las trasnacionales.

En este nuevo tributo sí que se cumple la idea del ministro de Luis XIV de que una reforma tributaria es el arte de desplumar al ganso sin que chille demasiado, para lo cual, lo principal, es poner a la gente a debatir no sobre quién paga los impuestos sino en qué se gastan, siempre aduciendo alguna causa “noble” para su gasto, como en esta reforma, en la que crecen muchísimo los gravámenes regresivos, contrarios al artículo 363 de la Constitución, pero con ropajes de “sociales”, “verdes” y “saludables”.

El carácter regresivo del impuesto a las gaseosas ya lo reconoció el propio ministro Alejandro Gaviria cuando dijo: “El impuesto (a las bebidas azucaradas) sí es regresivo en un sentido preciso: porcentualmente, afecta más a los pobres que a los ricos”, confesión gravísima que intentó ocultar tras alguna viveza neoliberal. Y a propósito, ¿por qué Alejandro Gaviria no se opuso, como debió haberlo hecho, a la Ley Licores, con la cual se promueve el consumo de los licores extranjeros, los cuales, por tener más alcohol, son más dañinos que los tragos nacionales?

Cada uno puede pensar lo que desee, pero no evadan el centro del debate en una ley de impuestos.

Jorge Enrique Robledo. Senador de la República

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