El grito liberador de las mujeres es una revolución más grande que la que habría ocurrido si el cohete a Marte hubiera encontrado vida inteligente. Gracias a la creciente equidad que ellas han ganado desde mediados del siglo pasado, la humanidad está recuperando su mejor porción.
Por supuesto, a esta conquista le hacen falta varios trechos. El principal de ellos es la transformación del inconsciente colectivo, cuestión que tomará una generación más. Se puede afirmar, así, que en el corto transcurso de cien años la liberación femenina consiguió y conseguirá lo que ningún otro movimiento histórico fue capaz.
¿Cómo se explica que durante incontables milenios las mujeres hayan sido tratadas como subseres? ¿De qué inteligencias salió la idea de que ellas no tenían alma ni derecho a bienes ni al voto? ¿Por qué los libros que instauraron las religiones y la moralidad, en Occidente y Oriente, enseñaron que lo femenino era casi similar a lo animal?
Cayeron aberraciones como la esclavitud, las mutilaciones, la superioridad de algunas razas, mientras la sujeción de la mujer al varón se mantuvo como lo que los dioses y la naturaleza decretaban. Todavía existen espíritus de piedra que siguen viviendo como si en el planeta femenino no existiera la vida plena. Estos cavernícolas son equiparables a quienes aseguran que la Tierra es plana.
Los boleros las fijaron en el papel de seductoras y en la acusación de traicioneras. Los dos estigmas las califican según conductas asumidas frente a su majestad, los hombres. Los seducen mediante encantos destinados al placer ajeno. Los traicionan cuando no aguantan ser muñecas y asumen su voluntad yéndose con otro.
Al lado de la moral y las canciones, un poderoso instrumento contribuyó a sembrar como lo más natural entre los hombres el desprecio hacia las mujeres: el chiste. En efecto, el humor machista da por sentada la verdad de su enunciado pues esquiva el filtro moderador de la razón. Nadie discute la sentencia condenatoria de que “mujer que no jode es hombre”.
El movimiento feminista triunfó porque fue demoliendo poco a poco las taras discriminatorias de legisladores, políticos, pontífices, patronos, maridos, ordenadores de este mundo miope sin razón ni corazón. Las jóvenes de hoy nacieron respirando un verano. Tienen un instinto fino y saltan ante cualquier intento de ser pordebajeadas.
Para los próximos 30 años —la generación siguiente— el terreno de acción es el automatismo generalizado. En este nicho campea lo más arraigado del talante macho. Allí no valen argumentos, allí impera el funcionamiento instantáneo forjado a lo largo de todos los milenios masculinos.
Muchos muchachos de hoy no se reconocen como machistas y tiemblan de rabia cuando sus compañeras les demuestran lo contrario. Se desquitan tratándolas de feminazis, apelativo que muchas se han ganado a causa del ardor de sus puños reivindicatorios. Por eso hace falta una generación adicional para que nuevos hombres y mujeres se encuentren y se besen sobre el único planeta conocido de la vida.