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A mano alzada

El simbolismo del PIB en China

Fernando Barbosa
13 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Si se miran las cifras de las ventas de los días sin IVA conjuntamente con los datos del PIB, de la pobreza, del desempleo, un observador desprevenido quedará probablemente confundido. Que no es algo muy diferente a lo que les ocurre a los entendidos, pues los indicadores tienen grandes limitaciones para captar la realidad. En el caso del PIB, por ejemplo, existe una larga discusión, aún no resuelta, sobre su utilidad o su manipulación. Recuérdese la propuesta del rey de Bután, en 1972, de establecer un nuevo indicador para medir la calidad de vida de un país: el FIB (felicidad interna bruta). O críticas más recientes como la del entonces presidente Nicolás Sarkozy al referirse al “fetichismo del PIB”, en 2008, expresan las prevenciones que lo llevaron a convocar la Comisión para la medición del desempeño de la economía y del progreso social. Comisión que integraron Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean Paul Fitoussi, cuyos resultados fueron publicados en diciembre de 2009. Los académicos advertían sobre las limitaciones del indicador para entender la sociedad y servir de base a la formulación de políticas. E indicaban la necesidad de adaptar nuevas formas para medir la realidad más allá de lo que se transa en los mercados o se captura con medidas monetarias.

De los resultados de la pasada reunión de junio de la Asamblea Popular Nacional en Beijing, el más comentado ha sido el de la ley de seguridad de Hong Kong, tema muy controvertido en Occidente. Sin embargo, hubo otro asunto que merece nuestra atención: el silencio sobre las metas de crecimiento. En la sesión inaugural, el primer ministro Li Keqiang fue claro: “Quisiera señalar que no hemos fijado una meta específica de crecimiento económico para este año. Esto debido a que nuestro país enfrenta algunos factores que son difíciles de predecir en su desarrollo en razón de la gran incertidumbre relacionada con la pandemia del COVID-19 y el entorno económico y comercial del mundo”. Con esta omisión del PIB como indicador del desarrollo se ha roto una tradición que se mantuvo en los anteriores planes quinquenales. Si se indagan las razones que se tuvieron para incluirlo en el pasado, podría formularse alguna explicación sobre el nuevo cambio.

Resulta oportuno mencionar aquí el artículo de Joan van Heijster sobre el PIB en China publicado en la Chinese Political Science Review, del pasado mes de junio. Fuera de reconocer los limitantes de este indicador, la investigadora demuestra que su utilización no se redujo a lo puramente económico, sino que también ha cumplido con un papel político relevante. Heijster identifica dos funciones: la simbólica y la de control. Como símbolo fue usado por los políticos chinos para crear y mantener la narrativa modernizadora y la construcción del imaginario de país iniciado con Deng Xiaoping en 1978. Y desde la perspectiva de control, fue utilizado por el gobierno como instrumento de gobernabilidad y de disciplina que tuvo un desarrollo inesperado: convertirse en la vara de medición del trabajo de la burocracia y del Partido por parte de los ciudadanos.

De tal manera, es posible que el retiro del PIB de la narrativa actual en China genere e incorpore nuevos elementos como la cooperación, la armonía y el sueño de un destino universal común. Y ojalá en el resto del mundo se estimulara la adopción de otras herramientas de medición más claras sobre temas fundamentales para la formulación de políticas dirigidas a mejorar la calidad de nuestras vidas: el medio ambiente, la equidad, la salud, la educación, el desempleo, el trabajo digno, la pobreza, la vivienda y, por supuesto, la felicidad.

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