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El solar de los amargados

Fernando Araújo Vélez
14 de febrero de 2009 - 11:00 a. m.

Si un día de la semana pasada por fin me atreví a organizar la fiesta que tanto imaginé, fue porque ya no podía cargar con el peso de mi propia apatía.

Entonces hice una lista con 20 nombres, y ante cada nombre escribí un suceso amargo. Busqué números de teléfono, direcciones y comencé a marcar. “Es una reunión entre los de aquellos tiempos, nada trascendente”, les dije, hasta que logré el sí de siete candidatos que entre tantas otras condiciones aceptaron ir a mi casa sin pareja.

Uno había mandado a construir una escalera desde el garaje de su casa hasta su habitación. No quería pasar por delante de las posibles visitas de su mujer. Otro, en medio de un trancón, se quedó con la barra de cambios de su Nissan Patrol en la mano porque el señor que iba delante no arrancó una milésima de segundo después de que el semáforo hubiera cambiado a verde. Uno más, fanático de la justicia y la igualdad, obligó a sus tres hermanas a salir todas las tardes de paseo en estricta caravana, aunque las tres fueran en el mismo carro. “El mismo desgaste de llantas, idéntico consumo de gasolina”, se justificaba.

Alguno decidió comprarse una máscara de lobo feroz para que nadie lo reconociera por la calle. Uno de sus primos apagó todas las luces de la casa la noche de Halloween y dejó a su perro bravo afuera, sin comida, para que atemorizara a los niños que llegaran a pedir dulces. Otro, pariente lejano de aquellos dos, se acostaba todos los 24 de diciembre a las ocho de la noche, y les sugería a su esposa e hijos que hicieran lo mismo. “Es un asunto de solidaridad”, decía. El último de mis convidados, un pensador, hizo gesto de “esto es absurdo” cuando su novia, en Munich, le dijo que le dolía algo, que eran retorcijones. “¿Qué?”, le preguntó. “Retorcijones”, contestó ella. Entonces el pensador fue a su biblioteca, sacó un diccionario, lo abrió en la r y le dijo: “Se dice retortijones”. Y se marchó.

La noche de la fiesta todos llegaron en punto de las nueve, como debía corresponder a unos amargados de carta cabal. Saludaron con muecas, unos más, unos menos. Decentes, amables pese a su condición, y por supuesto, destilaban acritud.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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