El territorio en el posconflicto

Julio Carrizosa Umaña
16 de mayo de 2017 - 03:00 a. m.

Poco se tienen en cuenta las características ecológicas del territorio colombiano cuando se discute su futuro en los foros y en el Congreso, a pesar de que los institutos de investigación y las universidades ya tienen mucha más información que la que existía hace veinte años. Casi la totalidad de las discusiones acerca de los proyectos del posconflicto ignora la información científica que existe sobre las características específicas del clima y sus cambios proyectados, los datos concretos acerca su historia geológica, los estudios geomorfológicos, lo que ya sabe el IGAC acerca de la calidad actual de los suelos colombianos, las investigaciones del Ideam acerca de la contaminación de las aguas y del estado de la cobertura arbórea, los análisis del Humboldt sobre el desequilibrio en la fauna silvestre y su interrelación con la abundancia de plagas agrícolas. En los textos legales y en las polémicas en las redes y en los medios, todo eso se remplaza por la palabra tierra.

Una de las razones de esta simplificación es que esa palabra, tierra, tiene una gran fuerza ideológica. Es la palabra que se usó en la economía clásica y en las teorías marxistas desde su elaboración hace varios cientos de años. Otra razón es que al usar esa palabra se facilitan las decisiones, se mantienen entusiasmos, radicalismos, sectarismos y lealtades tradicionales. Es más fácil pelear por la tierra y obtener un cualquier pedazo de esa tierra que discutir acerca de cómo darles a los campesinos pobres un suelo que tenga las características geológicas, climáticas, geomorfológicas y edafológicas adecuadas para producir competitivamente. Eso es posible que esté sucediendo cuando se reitera que las tierras declaradas reservas forestales se van a usar para reparar las injusticias sociales en el campo colombiano sin tener en cuenta las características ecológicas de esas áreas y su impacto en la productividad de los cultivos.

La realidad es que en Colombia sólo unos pocos millones de hectáreas, la mayoría utilizados desde hace siglos en los valles del Cauca y el Sinú, en la sabana de Bogotá y en las laderas de la cordillera Central, son aptos para producir eficientemente sin mayores inversiones. Hay ejemplos extraordinarios de familias campesinas que logran llevar un buen vivir en malos suelos, pero en buenas condiciones culturales y sociales. El gran reto del posconflicto es aprovechar la paz para multiplicar esos ejemplos.

* Miembro de Paz Querida.

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