Podría ser el título de una ficción de terror, pero es el personaje de Iván Duque en su propia realidad. El presidente de la República logró, en menos de seis meses, representar cosas contradictorias para los dos grandes grupos políticos que lo eligieron en segunda vuelta: el centro y la derecha colombiana. Así protagoniza hoy la más espectacular debacle de un inicio de mandato en 24 años, desde que Gallup hace su medición continua de aprobación presidencial. Antes de la primera Navidad de un mandato presidencial, Duque es el presidente más impopular, con 64 % de desaprobación, diez puntos peor que el más malo hasta entonces, Andrés Pastrana.
Ser títere y traidor es un desafío a la lógica, una contradicción ejecutada con minuciosa ingenuidad, una constatación de que en la política el candor y el equilibrio no cuentan para nada.
Traidor de su gente, la del Centro Democrático, la de la derecha de los siete millones de votos de primera vuelta. Una traición orquestada, sienten ellos, desde Palacio, adonde llegó como guardián del primer anillo del presidente el excandidato vicepresidencial de otro candidato. Jorge Mario Eastman, el tocayo del papa, el secretario general del que en voz ya no tan baja piden su cabeza al presidente. Eastman ha sido el ejecutor del duquismo de centroderecha que tanto escozor genera en el Centro Democrático. Un centrismo gradualista, que ha dejado en sus puestos a muchas de las cuotas regionales del anterior Gobierno (léase Partido de la U), ese segundo nivel de burocracia departamental con la que tantos congresistas antisantistas y antimermelada se relamían. Un duquismo que no propuso ni apoyó ningún cambio al acuerdo con las Farc. Un duquismo que no estuvo en la campaña y por eso no entendió que este era un mandato ya casado con el populismo uribista (“Más salarios, menos impuestos”) y que era una locura romper esa receta demagógica con responsabilidad fiscal de centro al 18 % de IVA. Un duquismo que ingenuamente creyó que el Centro Democrático también era en esencia de centro y donde el control de Álvaro Uribe era inquebrantable.
Y títere para el centro. Títere en el mejor de los casos; subpresidente, practicante, cerdito cantarín en otros. Un mandatario que no ha logrado ganar agencia propia en el sector que se le sumó en segunda vuelta. Porque subestimó la profunda irracionalidad del odio de una parte del centro político y del periodismo-activismo hacia Álvaro Uribe. Todo lo malo, incluso lo de Duque, es culpa de Uribe, excepto cuando canta. Por otro lado, porque sobreestimó que en la política existía un centro ideológico, digamos el de César Gaviria y Germán Vargas, y no un cartel burocrático especializado en sobrevivir del presupuesto del Estado.
En la realidad uno no puede ser títere y traidor al mismo tiempo. No se puede fracasar por no tener agencia y tener agencia para fracasar simultáneamente. Pero la realidad no es la política. Y la realidad política es que Iván Duque está en una encrucijada de la que parece muy difícil salir siendo lo que ha sido hasta ahora, duquista, si esto es todo lo que el duquismo tiene que ofrecer. Yo espero que haya más.