El travieso progresismo

Humberto de la Calle
14 de octubre de 2018 - 06:30 a. m.

Vamos a aguar la fiesta. Tenemos la costumbre de crear entelequias legales que padecen de varios problemas: que buscamos la solución donde aparentemente hay más luz, aunque ese no sea el sitio donde se origina la dolencia. Mencioné ya el borrachito que busca la llave de su casa bajo un farol. El policía le pregunta después de una búsqueda prolongada: “Señor, ¿está seguro de que perdió las llaves aquí?”. “No, aquí no —contesta—. Pero aquí es donde hay luz para buscarlas”. En segundo lugar, confiamos en la capacidad mágica de arreglar los problemas sin esfuerzo colectivo y disciplina. Dictamos una ley, y ¡listo! Somos buenos para eso. Y para echar carreta. Pero malos para perseverar, ir paso a paso, contrastar soluciones, evaluar y crear nuevos paradigmas culturales. Una simple ley solitaria es la eyaculación precoz del sistema político. De ahí que nuestro deporte nacional en materia de políticas públicas sea la creación de espejismos. Por fin, no detectamos a tiempo los cambios del viento. Lo que era conveniente —progresista— ayer hoy puede no serlo.

Ejemplo del día: la lista abierta es una porquería. No hay duda. Entonces, ¿qué hacemos? Sencillo, imponemos la lista cerrada y sanseacabó. Todo queda arreglado con un articulito. Y así los políticos lavan su conciencia: “O cambiamos o nos cambian”. Pues ya cambiamos y parte sin novedad.

La primera falacia: decir que el día de las elecciones generales el ciudadano vota por una lista cerrada que ha sido sometida antes a un proceso democrático es simplemente un chiste. Porque la porquería de la lista abierta simplemente ha sido trasladada de lugar. Las corruptelas van a funcionar divinamente en las elecciones primarias o en las convenciones o en cualquiera que sea el método de “democratización” que se escoja. ¡Y ahora agregamos el bolígrafo!

Segundo: perdemos el sentido de la historia. El voto preferente fue un paso progresista para permitir que el elector pudiera escoger y reordenar la lista. De manera que, en el plano deontológico, estamos recorriendo la historia al revés.

Tercero y más grave: las llaves no se perdieron allí, hombre. Las llaves se perdieron en un sistema corrupto, en un esquema en el que la élite gobernante da la espalda a la porquería de los jefes locales y se lucra de ella. Listas cerradas o abiertas con financiación oscura son un escenario para ir simplemente moviendo la porquería allí donde menos huela.

El problema no es dictar un articulito. Es la ética, el desarrollo político, la ausencia de opinión pública y, por fin, la pobreza. Porque vender el voto, antes o después de las elecciones, obedece al verdadero problema que es la Colombia marginada por una estructura de poder centralista y amoral.

Eso no quiere decir que no haya que hacer nada. Está bien cerrar las listas temporalmente —dos períodos—, pero para defenestrar de verdad los poderes locales corruptos. Y luego regresar al voto preferente para no matar la iniciativa del ciudadano. Pero eso es periférico. La solución opera más en la cultura política, en la honestidad y en la movilización. Cerremos las listas por un tiempo y refinemos hasta donde se pueda la democratización interna. Pero no dejemos que los políticos laven su cara con simples leyes para que todo cambie pero que todo siga igual.

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