El tsunami brasileño

Juan Manuel Ospina
18 de octubre de 2018 - 08:35 a. m.

Lo que está viviendo Brasil en su política es un ejemplo patético de lo azaroso del ambiente de una altísima polarización cargada de emocionalidad y de irracionalidad, que ha invadido crecientemente los escenarios de países ricos y pobres, incluida Colombia. Reina una furia más propia de una guerra santa que de una democracia madura, especialmente en los sectores sociales que se supone son los más formados, informados y reflexivos – columnistas, académicos, políticos, activistas sociales, jóvenes -. Un comportamiento que destruye los fundamentos de la convivencia en que se sustenta la democracia.

La situación brasileña permite vislumbrar las fuerzas y situaciones que están detrás de los hechos. Ante todo la influencia de las redes sociales nacidas de los desarrollos de la tecnología que posibilitan que el debate ciudadano no se circunscriba a unos cuantos privilegiados en espacios de acceso limitado, sino que pueda abrirse a todos desde un ágora virtual, sin fronteras. El consiguiente ejercicio ilimitado de una ciudadanía deliberante ha permitido que salga a la luz no lo mejor que los humanos tenemos, sino el mar de frustración, rabia y aún envidia que anida en los espíritus y que al poderlos expresar sin restricciones y anónimamente, surgen con la fuerza de una catarsis colectiva que es aprovechada con fines políticos de un claro perfil autoritario, independientemente de la orilla ideológica desde la cual se ejerza la manipulación del sentimiento ciudadano primario.

En segundo lugar, el mundo se halla sumergido en una incertidumbre de fondo por dos razones principales que configuran un preocupante escenario de crisis de civilización. De una parte, la certidumbre de que el largo proceso de deterioro de la naturaleza por la acción humana, que no es de ahora sino de siempre, está llevando en un proceso que empieza a considerarse irreversible, a una crisis ambiental de proporciones catastróficas. Se está coqueteando de manera irresponsable con el abismo.

Lo anterior acompañado por la caída de muchos de los referentes vitales que le daban a la vida en sociedad un sentido y un propósito; vida que ahora se presenta sumida en un vacío donde el individuo en su soledad vital anda en busca de referentes y de algo en que creer, añorando seguridades que antes tenía o creía tener. Ello agravado por la incertidumbre económica en medio de un incontenible proceso de acumulación de la riqueza en pocas manos y regiones en un mundo debilitado. Para buscar llenar ese vacío en la vida presente y esa perspectiva angustiosa de no futuro, especialmente en los países del viejo Tercer Mundo se acude crecientemente a promesas de origen religioso y empaque empresarial, simplistas y efectistas, que cada vez tienen menos de religiosas y sí mucho de políticas; promesas que ofrecen recuperar la seguridad perdida a partir de un discurso ideológico y fundamentalista en torno a la familia indisoluble, “la honradez como antes”, el rechazo a cualquier forma o expresión de diversidad: sexual, social, étnica,... y a una exacerbación de los elementos de identidad con el renacimiento de un nacionalismo agresivo.

Esa mezcla explosiva de redes sociales convertidas en canales de transmisión de odio y de un discurso pseudo religioso y obsoleto, especialmente de las sectas evangélicas de raíz norteamericana, tienen a Brasil enfrentando en las próximas elecciones una posibilidad política de consecuencias impredecibles, facilitada por un Partido de los Trabajadores y un Lula que traicionando la confianza de millones de brasileños, terminaron enredados en las redes de la corrupción que tanto le criticaron a sus adversarios, demostrando que ese es un cáncer que no respeta ideologías y que como pocas realidades sociales, mueve el sentimiento de los ciudadanos y puede constituirse en una fuerza electoral de inmenso poder. Colombia tiene mucho para reflexionar sobre el momento que vive Brasil y sus posibles consecuencias.

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