El último acto

Arlene B. Tickner
27 de septiembre de 2017 - 03:00 a. m.

El triunfo electoral de Ángela Merkel, canciller alemana desde 2005, es también una derrota categórica. Pese al bajo desempleo y la solidez económica que caracterizan al país, así como el reconocimiento de su liderazgo mundial, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU) (partido hermano de Bavaria), obtuvieron los peores resultados desde 1949. Además del polémico rescate a Grecia y a la banca europea con miras a salvar la Eurozona, el giro hacia la energía limpia y el apoyo al matrimonio homosexual, la fuente definitiva de quiebra en el apoyo de muchos votantes fue la decisión de abrir las fronteras alemanas en 2015 a los refugiados de Siria y otros países de Medio Oriente y el norte de África.

El principal beneficiario de la creciente polarización nacional fue la Alternativa para Alemania (AfD). No solo alcanzó por primera vez curules en el Bundestag (unos 94 de un total de 709) sino que se convirtió en la tercera fuerza política después de la socialdemocracia (SPD), que también fue duramente castigada por los electores. De los casi 6 millones de votos que sacó AfD –cuya plataforma populista giró en torno a restaurar “la ley y el orden”, el sentido de orgullo nacional y la seguridad fronteriza, “cazar” a la canciller por su política migratoria y limitar la participación alemana en la Unión Europea–, un millón son desertores del bloque de Merkel y otro millón de la izquierda. Igual como ha ocurrido en otras partes de Europa y en Estados Unidos, el poder ascendente de este grupo de ultraderecha sugiere que los tabúes políticos asociados con la expresión pública del racismo, la xenofobia y el antisemitismo, así como el sentido de “vergüenza histórica” a raíz del nazismo y el holocausto, están en retroceso.

Tras 12 años en el poder, el desgaste político natural de Merkel también se traduce en un desafío importante para la creación de una coalición de gobierno. Dado que los socialdemócratas han manifestado su renuencia a continuar el matrimonio con la democracia cristiana –con miras a reconectar con parte del voto de izquierda que han perdido en los últimos años–, los candidatos probables son el Partido Democrático Libre (neoliberal y pronegocios) y los Verdes. Pese a que dicha agrupación tiene en el AfD un enemigo común, es poco lo que la une y mucho lo que la puede dividir (comenzando por los temas medioambientales), lo cual anticipa problemas eventuales de gobernabilidad. A su vez, la pérdida de votantes puede forzar al CDU y el CSU (cuya base electoral es aún más conservadora) a virar hacia la derecha con miras a llenar el vacío ocupado ahora por AfD.

Así, al mismo tiempo que las elecciones confirman la aprobación del liderazgo pragmático, el cuidado de la economía y la garantía de estabilidad representada por Merkel, es de esperar que este último acto, sus políticas nacionales más controversiales y progresistas encuentren obstáculos. En el contexto descrito, hasta qué punto la canciller alemana podrá seguir ejerciendo contrapeso a Putin y Trump, queda igualmente en veremos. Como una de las más decididas defensoras de la Unión Europea, la OTAN, el combate al calentamiento global y la ayuda humanitaria no es una pregunta menor.

 

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