El último capricho de la última emperatriz

Enrique Aparicio
16 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Era una mañana fresca de comienzos del verano de 1836. El océano Atlántico daba la impresión de estar a gusto, parecía un espejo. Biarritz, pequeña población costera del lado francés, no podía predecir ni imaginar su futuro.  

La duquesa de Palafox y Portocarrero venía desde Granada con su pequeña hija Eugenia a pasar unos días de descanso en la soledad del buen clima y el mar de este pueblo ballenero francés desde el que se podía divisar la costa vasca española. 

—Madre, me encanta este lugar. Ojalá pudiera venir más a menudo —le dijo la pequeña.

—Ya habrá tiempo —le contestó su madre por salir del paso a quien años más tarde sería conocida como Eugenia de Montijo.

Pero la historia no paró en ese instante. Por el contrario, comenzó.  

El error consiste en creer que la vida de cada ser humano es una línea recta donde las circunstancias dictan el destino. De ahí el sentimiento de imaginar que tenemos claro hacia dónde vamos.

Nadie podría imaginarse que la pequeña que habló sobre su gusto por Biarritz se convertiría en la última emperatriz de Francia dado que en 1853 se casó con Napoleón III, sobrino del original. Biarritz nunca desapareció de su mente y fue complacida por su esposo con un castillo que se construyó en diez meses y todavía sigue allí convertido en el hotel de lujo Grand Palais (ver YouTube).

En una tarde de agosto, la emperatriz atendía a sus invitados rusos dentro de la opulencia que se vivía durante el segundo y ultimo imperio napoleónico. El menú: champaña de Crimea y caviar del mejor esturión, con unos pequeños platos de pescado preparado con una salsa del chef con sabor muy tenue de limón.  Para darnos cuenta hasta donde llegó la opulencia, Eugenia ordenó construir una iglesia de rito ortodoxo (ver YouTube) para complacer a sus huéspedes de la Rusia imperial.

Biarritz encontró su linaje y su razón de ser. La nobleza europea se dio cita en ese puerto. Los bailes, coqueteos y una nobleza altiva y centrada en una realidad efímera fueron el paisaje humano y emocional del momento. Sin embargo, nubes negras empezaban a aparecer en el cielo imperial francés. Las alianzas entre los países europeos y el emperador Napoleón III comenzaron a volverse tenues hilos, tan delgados que era difícil verlos. 

El primer error grave del emperador fue buscarles pelea a los austriacos que tenían invadida parte de Italia. Y aunque logró conquistar algo del territorio ocupado por el invasor —Austria— el resultado fue que se quedó sin amigos, pues ni Rusia y menos la poderosa Inglaterra vieron con buenos ojos este movimiento. Pensaron, más bien, que se trataba de ambiciones similares a las de Napoleón, su tío, que en su momento habían hecho temblar al resto de Europa.

Toda desgracia viene acompañada de líderes pusilánimes: Francia gozaba en ese momento, alrededor de 1860, de un sueño fantástico. París era LA ciudad donde a sus visitantes se les aseguraba la juerga de todos los colores y sabores. Sin embargo, la política estaba enredada entre los republicanos y los monárquicos. Los vientos para cambiar de rumbo tropezaban con la baja popularidad de Bonaparte, cuyo estado de salud muy precario limitaba sus decisiones y su presencia en momentos clave. Aun así, la figura del monarca seguía pesando en las instituciones del gobierno. El entierro del Segundo Imperio estuvo marcado por la guerra entre Francia y Prusia (luego Alemania, cuando se unieron los estados del sur). Francia, mal preparada y con una actitud entre patriotera y cómica, se fue a la guerra contra una maquinaria prusiana bien aceitada y con gran orden.

Biarritz, en la lejanía, siguió su curso. La farándula y la nobleza fueron lo suficientemente promiscuas para pasar tranquilamente esta época.  A principios de 1906 se construyó el famoso casino. La época del franquismo en España, con un puritanismo senil, contribuyó a desarrollar a Biarritz, sitio seductor para todo español aburrido de la pantomima de que ir a misa era la mejor manera de divertirse.

Me encontré hace un tiempo, en vía al País Vasco español, con el Biarritz de hoy en día, con sus calles muy limpias, sus almacenes de alto lujo, y solo pensé lo extraño del destino. ¿Qué marino cazaballenas hace dos siglos se iba a imaginar que, por el capricho de una mujer, Biarritz se conocería en el resto del mundo?  Caminando por la playa se puede divisar el palacio y su emblema, “NE”, Napoleón y Eugenia.

La ciudad será testigo del festival en el que compiten nuestros conciudadanos Cristina Gallego y Ciro Guerra con Pájaros de verano, Carmen Torres con Amanecer y el Colectivo Mario Grande con Modelo Estéreo. Mucha suerte a todos.

YouTube con el palacio como es hoy y otras vistas Biarritz:

https://youtu.be/ZJRyTJudlCg

Nota: Este artículo fue publicado en buena parte hace dos años.  Ahora, con motivo del festival de cine donde se exhibirán trabajos colombianos, decidí publicarlo de nuevo.

Que tenga un domingo amable.

 

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