Sombrero de mago

El último Pielroja nacional

Reinaldo Spitaletta
11 de junio de 2019 - 06:00 a. m.

En los albores de la década del 20, en Medellín a uno de los 13 panidas, “líricos de aires anarquistas” que habían alborotado la aldea con sus poemas, prosas, pinturas, ensayos y caricaturas, lo contrató la recién creada empresa Coltabaco para que diseñara el logo del que sería su histórico producto estrella: el cigarrillo Pielroja. Ricardo Rendón, que pocos años después se pegaría un tiro, pintó un indio de perfil, carirrojo, de facciones fuertes y once plumas.

La imagen original la retocó y transformó en los 50 el artista José Posada, que le suprimió una pluma. Y aquel pielroja sobre un fondo blanco se erigió en una insignia popular. El lema de “satisface plenamente el deseo de fumar” era tan efectivo que el Pielroja se convirtió en un cigarrillo que iba de boca en boca, de pulmón en pulmón, que ningún otro podía competirle en el consumo masivo. Ni siquiera los marihuaneros y camajanes de los 50 y 60, muchos fumadores de Lucky Strike (el célebre cinco letras), lo traicionaban. Además, en el interior de la cajetilla venía, en compañía de una especie de papel aluminio, uno traslúcido, como de arroz, que los marihuanos utilizaban como el “cuero” para armar sus puchos.

El 16 de agosto de 1967 estalló la huelga de Coltabaco. Los obreros pedían, entre otras cosas, “aumento de salarios básicos” de 300 pesos y respeto a la estabilidad laboral. La especulación estalló. Un paquete de Pielroja, que entonces era a 90 centavos, se conseguía por el doble. Y luego llegó la escasez. Ningún otro cigarrillo quitaba con plenitud las ganas de fumar. Los fumadores aullaban del desespero. Un Pielroja se compartía entre 10 y 15 personas. Muchos salían a recoger colillas del piso. En Junín había negociantes que vendían una sola fumada de Pielroja a 10 centavos. Fueron días infernales para los fumadores.

A fines de 1993, la compañía estaba a punto de su extinción. El colapso se debía, en buena parte, a los efectos que había tenido sobre el sector y otras industrias nacionales la apertura económica del gobierno de César Gaviria. Y también al contrabando. Entonces Coltabaco daba empleo directo a más de 3.500 personas e indirecto a unas 200.000. De siete fábricas, solo sobrevivían las de Medellín y Bucaramanga.

En 2005, la Philips Morris International compró a Coltabaco, con la intención de modernizar las plantas y “hacer competitivo el negocio”. En realidad, su auténtico objetivo era destruirla y, como suele pasar, dar buena cuenta de los trabajadores en las ya conocidas “masacres laborales”, de las cuales al parecer el Ministerio de Trabajo ni se entera o se hace el de la vista gorda. Cien años después de su creación, Coltabaco no va más y deja en la calle a 1.000 trabajadores y a los cultivadores de Sucre, Bolívar, Boyacá, Santander y Norte de Santander en una situación de inestabilidad y miseria.

Digamos, como premisa, que si el cierre hubiera sido porque ya nadie fuma, porque se haya adquirido una consciencia universal sobre el tabaquismo y sus efectos nocivos, pues sería un logro para la salud pública. Pero es otro el asunto y otras sus causales. No ha sido el contrabando. La empresa controlaba el 75% del mercado. La transnacional Philips Morris, en sus políticas globales, quiere, como otras corporaciones, obtener más ganancias a menos costos. En 2018, la entidad obtuvo 8.286 millones de dólares, pese al contrabando y los altos impuestos. No había ninguna crisis económica, como lo reveló, por ejemplo, Sintraintabaco, la organización de los trabajadores que hoy se halla en asamblea permanente.

La única fábrica de cigarrillos que sobrevivía en Colombia se acaba de cerrar y el golpe a la industria nacional y a sus trabajadores es otra muestra de los daños que han provocado en el país las políticas aperturistas, los leoninos tratados de libre comercio, la falta de soberanía y el entreguismo de distintos gobiernos desde los tiempos de Gaviria hasta hoy. El silencio cómplice del Mintrabajo y otras esferas oficiales demuestran el avasallamiento de las transnacionales en el país y el vasallaje de nuestros gobernantes.

Los trabajadores agremiados en Sintraintabaco dijeron que la transnacional Philips Morris “no se va del país a causa del contrabando, sino porque centrará la producción en sus empresas más rentables y de mayor capacidad tecnológica” (El Colombiano 6/06/2019). La medida aporrea con saña a los trabajadores y a más de 12.000 familias campesinas que viven de este cultivo en Colombia, “sin que exista una política de sustitución”, como lo señaló un comunicado del sindicato.

El pueblo colombiano debe solidarizarse con los trabajadores y los cultivadores de tabaco y protestar frente a un atropello de grandes proporciones contra la estabilidad laboral y la dignidad obrera.

 

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