El uribismo presiona: su jefe es intocable

Cecilia Orozco Tascón
05 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Como siguiendo un libreto y parlamento por parlamento, volvió a rugir la maquinaria de defensa política de Álvaro Uribe. Aunque la estructura interna de su estrategia con la trama inicial de ataques a sus denunciantes; el nudo de informaciones falsas a su favor pero siempre en contra de sus jueces; y un desenlace en que él, el poderoso entre los poderosos, termina siendo víctima del comunismo; aunque —repito— esa estrategia existe desde las agitadas épocas de sus presidencias, había que reactivarla, soltando a sus leones. Las alarmas del senador y su entorno se encendieron cuando El Espectador reveló, el martes pasado, que el magistrado de la Corte Suprema instructor del caso en contra del expresidente, por el delito de soborno a testigos (6 a 12 años de cárcel) y por el delito de fraude procesal (6 a 12 años de prisión más “inhabilitación de 5 a 8 años para el ejercicio de derechos y funciones públicas”), les había repartido a sus colegas de sala sus conclusiones. Es decir, había entregado la ponencia en que proyecta si el exmandatario continúa gozando de libertad mientras se adelanta el proceso; si se le ordena detención en su domicilio o si se le lleva a un reclusorio. Pero no piensen, ni por un momento, que en esta eventualidad iría a una celda como las que ocupan el resto de los mortales en líos judiciales. Por ser Uribe rey, él sería conducido a un club militar o a uno policial, y estaría custodiado, ¡qué digo!, protegido por soldados o policías que se pondrían firmes ante su presencia y que correrían a cumplir sus órdenes cada vez que lo quisiera. Imagino —en mi mente fantasiosa— a la Casa de Nariño preguntando, cada día, qué se le ofrece a nuestro Señor. Y también al presidente Duque visitándolo desafiante y a plena luz, para reiterarle su afecto y su solidaridad.

La contraseña (hashtag) #YoCreoEnUribe inundó las redes, en estas horas, en desarrollo de una tarea mancomunada de “blogueros” que trabajan, unos como milicianos —bien armados— y otros como obreros que repiten por la paga lo que otros les manden. Los militantes de la causa que gozan de investidura de congresistas se dedicaron, seguramente después de una telerreunión de emergencia en que se les “dio línea”, a lanzar mensajes en que ponen, de nuevo, en el foco del odio universal a “la guerrilla que está en el Congreso sin pagar sus crímenes” y, claro, “a Santrich, el narcotraficante”, “el que montó las disidencias”, “el que asesina líderes sociales”. Y a completar sus frases elevando a la divinidad a su jefe supremo, “un hombre que ha trabajado sin descanso por Colombia”; “un líder que le devolvió la seguridad al país”. La táctica, uno de cuyos capítulos centrales recomienda cómo inspirar temor nacional por “la violencia (que) quizás se agudice”, se amplificó en unos medios el fin de semana, dando por cierta la “chiva” sobre la supuesta detención del expresidente, inventada para arrinconar a los togados.

Anteayer, lunes, cuando los lectores de El Tiempo abrieron su contenido, encontraron la notificación perentoria del partido gubernamental: en un aviso de página entera y con idénticos argumentos a los de la columna, el Centro Democrático, llamado con ese nombre que mal disfraza su título real, Partido de Uribe, cerraba su círculo propagandístico. La agrupación política, misma del jefe de Estado quien también cumplió su rol de amedrentar a los jueces en una entrevista radial, expresaba “su grave preocupación ante las diferentes versiones de prensa que avisan (sic) la inminente decisión que la Sala de Instrucción… se aprestaría a tomar contra el señor expresidente… (basada) en un imaginario criminal” tejido por “distintos elementos asociados a la izquierda armada”. Método demoníaco: el uribismo primero creó la noticia para, después, retomarla en su comunicado. Les indicaba, así, a los jueces y al país que si volvían su chisme, realidad judicial, el sector colombiano que supuestamente pertenece a la izquierda, la pagará. La frase de cajón sobre el “debido respeto que merecen las instituciones y la administración de justicia” no cubre la peligrosidad de la amenaza. Lula da Silva, el político más poderoso del vecino país y un gigante en popularidad, fue capturado por jueces autónomos cuando el respaldo a su figura llegaba al 80 %. Hubo manifestaciones y protestas. Pero al Partido de los Trabajadores jamás se le ocurrió ir a pagar su ira asesinando a Bolsonaro. Algo va de Brasil a Colombia.

* Esta columna fue escrita antes del anuncio de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia de dictar medida de aseguramiento contra Álvaro Uribe.

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