El verdadero cuento chino...

Mauricio Botero Caicedo
21 de mayo de 2017 - 01:19 a. m.

El mandatario saliente de Ecuador,  Rafael Correa, dedicó su última conferencia en Cuba a defender la transformación de su país bajo el socialismo del siglo XXI. El presidente ecuatoriano defendió su gestión como “la década ganada”, tras la profunda crisis política que antecedió su llegada al poder: “El modelo del siglo XXI ha tenido más éxito, también en eficiencia, con éxitos notables en distribución de riqueza”. Correa destacó uno a uno los logros económicos y sociales de su gestión bajo el modelo que hizo crisis en Venezuela y que abrazó Evo Morales en Bolivia. El ecuatoriano es exageradamente generoso con el éxito de su gestión, y con las supuestas conquistas del socialismo del siglo XXI. En realidad, el relativo éxito de Correa en sus primeros años de gobierno, y la precaria supervivencia del chavismo, se deben casi exclusivamente al nuevo coloso colonial que ha aparecido en el panorama mundial: la China del siglo XXI.

Hace 20 años, sólo cinco países afirmaban tener a la China como su principal socio comercial. Hoy son más de 100. OBOR (One Belt, One Road) es la estrategia que busca asegurarle a China, por un lado, un aprovisionamiento geográfico seguro para las materias primas destinadas a procesamiento interno y, por el otro, una vía de salida para sus exportaciones. El nivel de inversión de China en Asia, África y América Latina en los últimos lustros hace ver el Plan Marshall de Estados Unidos con Europa como la limosna que se le pueda entregar a un indigente. Un reciente informe del NY Times deja entrever cómo los chinos se han convertido en los principales benefactores de Asia y de África y de algunos países en América Latina, en donde se han encargado de construir carreteras y aeropuertos, represas y centrales térmicas, puertos marítimos y fluviales, hospitales y centros educacionales. Igualmente, han hecho enormes inversiones en las explotaciones de los recursos mineros y petroleros. Los chinos se han convertido en los principales y, en algunos casos, la única fuente de financiación de recursos externos.

¿China, la principal potencia colonialista del mundo, está haciendo todo esto con fines altruistas? No exactamente. Los chinos han sido especialmente inteligentes en no hacer demandas ni exigencias a los gobiernos en el sentido de exigir cambios en el modelo económico, transformaciones en el modelo político o respeto a los derechos humanos. Lo que los chinos sí exigen es control absoluto sobre los dineros que adelantan y manejo integral de los mismos, incluyendo la exigencia de que casi la totalidad del personal sea chino, y compromiso irrevocable de entrega, a precio de mercado, de los productos de exportación que China necesita, principalmente aquellos de minería y de hidrocarburos.

En el caso de Venezuela y Ecuador, en donde China les ha adelantado enormes sumas de dinero en préstamos, las exportaciones de crudo están comprometidas. De alguna manera, el futuro económico tanto de Ecuador como de Venezuela está hipotecado a los mandarines. Los estadounidenses tienen un dicho cuya veracidad el tiempo se ha encargado de corroborar: “No existe un almuerzo gratis”. Así que cuando usted oiga a Correa y a Maduro hablar del éxito del socialismo del siglo XXI, sepa amigo lector que el cuento chino es que el éxito se debe al modelo socialista del siglo XXI. El verdadero éxito se debe al salvavidas que el nuevo coloso colonial, la China del siglo XXI, les ha aportado a estos países.

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