El “violador” de niños contra el violador de todo

Julio César Londoño
22 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Empiezo con dos obviedades. Soho no es una revista pornográfica. En sus páginas posan las top del modelaje del país y escriben sus más destacadas firmas.

Contrario a lo que trinan Popeye y Uribe, Daniel Samper Ospina no es un violador de niños. Tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Javeriana y un posgrado en Literatura Latinoamericana de Harvard. Es uno de los columnistas más leídos y un youtuber con más de medio millón de visualizaciones. Compiló un volumen de 547 páginas, Crónicas, que se ha convertido en obra de referencia en los programas de Periodismo de varios países de Hispanoamérica. Contiene textos, publicados en Soho, de Leila Guerriero, Martín Caparrós, Cristian Valencia, Andrés Felipe Solano, Alberto Salcedo, Ernesto McCausland, Jorge Franco, Héctor Abad Faciolince, Juan Gossaín, Eduardo Escobar y Antonio Caballero, entre otros. Bajo su batuta, la revista pasó de 180.000 a más de un millón de lectores.

Esto explica la indignación que en todas las esferas nacionales han causado los burdos y falaces trinos de Uribe contra Daniel, sus cínicos malabares para convertir a un periodista satírico en “violador de niños”, luego en “violador de los derechos de los niños”, luego en “editor de pornografía infantil” y finalmente en un “enemigo del pueblo antioqueño”.

Obviamente, la preocupación de Uribe no son los niños ni el pueblo antioqueño. Solo busca desprestigiar a un periodista que tiene mucha audiencia y que ha encontrado en la derecha un filón riquísimo. Daniel también se burla de Santos y de su tío Ernesto, pero, hay que aceptarlo, les carga la mano a los políticos de la caverna profunda porque son una tentación permanente. No pasa un día sin que moralistas con rabo de paja como Ordóñez, Paloma, Viviane, Uribe o María Fernanda Cabal excreten alguna barbaridad.

Me sumo a la solidaridad del país con Daniel, y quiero entenderla como una reacción contra la desinformación chapucera y criminal que destila a chorros el genio de la posverdad, pero me preocupa que sea una reacción tardía y que no se haya producido antes frente a hechos más graves, como en el caso de los falsos positivos, cuando Uribe se burló del dolor de las madres de los muchachos asesinados en Soacha (“¡No andarían cogiendo café!”), ni cuando acusaba a todas las ONG de ser “instrumentos del terrorismo internacional”, ni cuando, en un momento crucial de la historia del país, lanzó “una campaña para que la gente saliera a votar emberracada”, ni cuando repite, día tras día durante años, el mantra del “coco” castrochavista.

El mal central de la sociedad colombiana es su baja cultura política. Es por esto que cualquier culebrero engatusa fácilmente a la gente y la convence de que Santos es comunista, que Tutina es guerrillera y que 8 x 5 da pi. Es por esto que se elige siempre a los peores y la “democracia” no pasa de ser una bonita palabra. Si a esta ignorancia inveterada se suma la circunstancia fatal de que el líder más popular trabaja día y noche para envilecer el debate, desinformar, polarizar y sembrar odio, la consecuencia obvia será que cada día tendremos una sociedad más desinformada, más polarizada, más llena de odio, con menos cultura política y menos posibilidades de elegir bien a sus representantes. En suma, la sociedad perfecta para alimentar la corrupción y perpetuar la guerra.

Ojalá el caso Uribe-Daniel sea un punto de quiebre para que identifiquemos al enemigo público número uno, y, si me permiten cerrar con otra obviedad, para que entendamos que la tarea no consiste en ponerle límites al humor, sino ética al ejercicio de la política.

 

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